
Nilo Palenzuela
Universidad de La Laguna

Antonio Tejera
Universidad de La Laguna
Con Sabino Berthelot se abre el camino de la investigación antropológica y arqueológica en Canarias. Sus Antiquités Canariennes (1879) vienen a coincidir, además, con el movimiento de vindicación regionalista y con la vuelta al libro de Antonio de Viana y a su “invención” de los primeros habitantes de las Islas. Desde 1878 pueden coincidir en las páginas de Revista de Canarias el conocido poema Canarias, de Nicolás Estévanez, con textos de Berthelot, con sus “estudios fisiológicos sobre la raza guanche”. Todo parece entremezclarse y resultar nuevo en el proceso de conocimiento del territorio cultural canario.
La aportación de Berthelot no se reduce solo a sus investigaciones en el campo de la antropología física, ya que tanto por sus propios estudios, como por los que sus colegas realizaron sobre los restos humanos de Tenerife, su obra es una contribución rigurosa a la recuperación integral del pasado de esta isla en todo lo relacionado con la antropología física, la lengua, y, en general la cultura de esta sociedad, como también las del resto del Archipiélago. Sus trabajos, orientados de manera prioritaria a la determinación de la procedencia de estas culturas, no son de menor importancia que las señaladas en los otros campos. Su conexión con la ciencia europea de la época, así como el conocimiento que sus conciudadanos estaban aportando en el Norte de África, le permitieron emparentar estas poblaciones con las culturas bereberes norteafricanas y saharianas, partiendo de la semejanza lingüística, pero sobre todo por el conocimiento que en ambos territorios se comenzaba a tener de las inscripciones líbico-bereberes (llamadas entonces númidas, como recuerdo del nombre Numidia con el que, en época romana, se conoció, sobre todo Túnez y el Este de Argelia).
En este contexto, creo que la aportación de Sabino Berthelot ha de entenderse como el final de una visión –excesivamente idealista- con la que hasta ese momento se había observado a los antiguos canarios. Y se puede decir, sin ambages, que con su aportación se inicia lo que, con posterioridad, entendemos el comienzo de la etapa científica de la Arqueología de Canarias.
En 1877 se funda el Gabinete Científico en Tenerife, que será un precedente lejano de la creación del Museo de Arqueología de Tenerife en la década de los cincuenta. Y en 1879 se funda el Museo Canario en Las Palmas de Gran Canaria. ¿No existe una singular coincidencia entre espíritu ilustrado y regionalismo? Imagino que existen paralelismos con otros espacios geográficos, americanos o españoles.
La creación del Gabinete Científico de Tenerife y el Museo Canario de Las Palmas se enmarcan, en efecto, en la tradición del espíritu ilustrado, e influenciados, asimismo, y de manera muy sustancial, en el pensamiento de los movimientos regionalistas, propios del espíritu romántico que trató de buscar en el pasado propio su perdida identidad para diferenciarse de la aparente igualdad que significó la vuelta al clasicismo, los pilares de la cultura grecorromana que parecía homogeneizar a las naciones europeas, algunas de reciente creación, como Alemania o Italia, así como de los movimientos secesionistas que habían dado lugar las nuevas Repúblicas americanas. La necesidad de encontrar una identidad autóctona y bien diferenciada fue, sin duda, el contexto socio-político en el que se explican y tienen razón de ser la creación de los museos.
¿Cómo se ve el esfuerzo de J. Bethencourt y de Chil y Naranjo desde este siglo?
El empeño del tinerfeño Juan Bethencourt Afonso y del canario Gregorio Chil y Naranjo por crear una Institución cultural de este tipo, tuvo, como es bien sabido, un resultado desigual, ya que, mientras en la Sociedad de Las Palmas de Gran Canaria el esfuerzo tuvo una gran acogida, no sucedió lo mismo en Tenerife. Son diversos factores los que pueden explicar este hecho, pero no cabe duda que la implicación muy personal que el médico teldense puso en el proyecto, invirtiendo incluso su peculio personal, es un aspecto nada desdeñable para su comprensión. No obstante, fueron otras circunstancias sociales y culturales muy variadas las que desempeñaron un papel distinto en cada caso.
La relación de Chil y Naranjo con Verneau, además, renovaba el tema de la raza, las raíces cromañoides, un discurso muy propio de la Europa del XIX y que llegaría a tener derivas catastróficas en el siglo siguiente.
El descubrimiento del hombre de Cro-Magnon, el año 1868, se consideraría un hito imprescindible para el desarrollo de la prehistoria europea. Las semejanzas anatómicas de estos restos con los que se habían ido localizando en las islas Canarias desataron un entusiasmo desmedido por conocer todo cuanto fuese posible de estas poblaciones con la seguridad de que ayudarían a profundizar algo más en los nuevos especímenes humanos que no ha mucho habían sido descubiertos y que significaban un signo de modernidad en el proceso evolutivo y en el desarrollo de la Humanidad.
Sin embargo, al cabo de los años, la explicación de las antiguas culturas del Archipiélago, asociando raza y cultura, encorsetaría el modo en el que se entendió el origen y el poblamiento de sus habitantes, pero también el estudio de sus formas de vida, su organización social o su pensamiento religioso. Analizado con perspectiva, este enfoque científico fue, ciertamente, un lastre para la comprensión de las viejas culturas insulares.
La visión de lo “prehistórico” persiste en los trabajos de campo de Diego Cuscoy. Recientemente hemos visto una aproximación a sus métodos en un documental dirigido por Miguel G. Morales y Silvia Navarro, ganador por cierto de un premio internacional en Lisboa. La visión del etnógrafo recogiendo datos con su grabadora o realizando excavaciones muestra el interés por una metodología característica de una época.
La labor de L. Diego Cuscoy es, sin duda, una rigurosa aportación al conocimiento del pasado guanche de Tenerife. Su perspectiva de análisis seguía los criterios propios de la época, a partir de la hipótesis sobre un origen neolítico para los pobladores de Tenerife. No obstante, encontraba dificultades para emparentar los orígenes de los guanches con culturas continentales tan antiguas. Esas dificultades para la datación de la Prehistoria de Tenerife se pueden comparar, decía, a un “terreno movedizo sobre el que pisan y seguirán pisando los estudiosos de la prehistoria canaria”. Estas fueron sus palabras en su libro Los guanches (1968) a un comentario a pie de página, al libro Inscripciones líbicas de Canarias. Ensayo de interpretación (1964), de Juan Álvarez Delgado, con relación a la cronología propuesta por este autor para las inscripciones líbicas encontradas en las islas. Esta nueva hipótesis, que coexistía, entre otros, con la de Sabino Berthelot, plantearía una gran discusión científica, al generar una dialéctica entre un poblamiento muy antiguo de las islas, considerado en parte neolítico, frente a otro más reciente, que se vinculaba con las poblaciones bereberes norteafricanas en una etapa mucho más reciente, que era sincrónica a la protohistoria del norte del continente.
Pero hay una cuestión singular que resulta imprescindible destacar en la aportación de Luis Diego Cuscoy que, además de ser el creador del Museo Arqueológico de Tenerife, es el iniciador de una visión antropológica para el conocimiento de los guanches, incluyendo estudios del medio ecológico y acudiendo al concurso de otras ciencias auxiliares para su mejor comprensión, como sucedió con el análisis interdisciplinar que puso en práctica en el enterramiento de la cueva de Roque Blanco, en Las Cañadas, La Orotava. Me atrevo a afirmar que su labor es un precedente imprescindible para entender las perspectivas que fueron ensayadas con posterioridad.
¿Desde muy pronto la investigación arqueológica lleva a Antonio Tejera Gaspar a la reflexión sobre las culturas? Pienso en La cultura de los aborígenes. Con muchas cautelas, propias de quien maneja criterios objetivos y científicos, avanzas en el territorio de las creencias y las mitologías.
Desde el año 1979, cuando de nuevo me incorporé a la docencia en la Universidad de La Laguna, entendí que era necesario retomar el estudio de las culturas antiguas de Canarias con otras perspectivas. Coincidí en ese empeño con los ensayos que ya estaba realizando Rafael González Antón, por lo que hicimos una serie de trabajos de manera conjunta y, asimismo, con la ayuda inestimable del antropólogo Alberto Galván Tudela. Creo que la feliz coincidencia de intereses similares de estos colegas es imprescindible para entender cómo se fue produciendo poco a poco la necesidad de aplicar otras estrategias de análisis para el estudio de las sociedades primitivas del Archipiélago.
La indagación en las fuentes siempre es una vía para averiguar más sobre el pasado. En un libro importante, Religión y mito de los antiguos canarios, realizado junto a Miriam Montesdeoca, había una cita inicial del poeta francés Paul Eluard muy precisa: “Existe otro mundo, pero está en éste”. La indagación en las creencias y en las religiones constituye un reconocimiento del otro, acaso de ese otro que nos precede y que en cierta manera nos constituye, aquí, en este preciso lugar. Para poder explicar ciertas expresiones que proceden de la investigación arqueológica y etnográfica, ¿estamos, entonces, en el campo de la interpretación con bases en un conocimiento objetivo o es preciso optar por la poesía, por la literatura, por cierta recreación?
Este libro se concibió con la idea de que fuera una primera aportación para analizar el pensamiento religioso de los antiguos canarios de manera conjunta, pero señalando las similitudes y diferencias en cada una de las islas, con la idea de conseguir un discurso coherente para entender la realidad compleja de su pensamiento religioso. Para ello era necesario conjuntar lo que nos fue legado en las fuentes literarias, los datos arqueológicos, así como la ineludible comparación con las poblaciones libio-bereberes norteafricanas. El avance del conocimiento en muchos de estos aspectos, sobre todo en lo que se refiere a los hechos arqueológicos, hace necesario que la estrategia de estos estudios haya de ser necesariamente replanteada y debido a esa dificultad, los trabajos deben ser concebidos como un gran proyecto. El estudio del Risco Caído de Gran Canaria es un buen ejemplo de la necesidad de alcanzar una estrategia de trabajos interdisciplinares.
Desde las inscripciones líbico-bereberes descubiertas en el yacimiento de El Julan, en la isla de El Hierro, se investiga en el norte de África, a veces buscando y analizando relaciones desde perspectivas arqueológicas, etnográficas, también desde otros ángulos. Sobre esta relación, ¿cuál ha sido el resultado a lo largo de encuentros con diversos arqueólogos, después de tantas investigaciones en los distintos países del Magreb? Sé que el tema es amplio…
El hallazgo de las inscripciones líbico-bereberes en las islas Canarias, cuyas primeras evidencias fueron dadas a conocer por don Aquilino Padrón (1870-1873) en la isla de El Hierro, procedentes del yacimiento rupestre de El Julan (El Pinar), marca, sin duda, un hito en el estudio sobre el origen de las poblaciones canarias y las norteafricanas. Esta escritura que Sabino Berthelot denominaría entonces inscripciones númidas, coincide con las que por esas fechas los investigadores franceses habían comenzado a documentar en los yacimientos magrebíes.
El avance que se ha producido en el estudio de las poblaciones antiguas de Canarias quizá nos permita establecer un paralelismo con las llevadas a cabo en el Magreb, en lo que respecta al conocimiento de las poblaciones libias prerromanas, ya que son estas culturas las que nos ayudan a entender las semejanzas con las que habitaban las islas antes de la Conquista. Por ello es conveniente entender que a partir de la fecha del poblamiento de las islas (ca. s. I antes después de la Era cristiana), las culturas insulares han de ser analizadas desde una perspectiva diferente porque su desarrollo ya será distinto del que afecta a sus ancestros en el continente porque allí convivirían con la cultura romana, con los pueblos vándalos y con los árabes en torno al siglo 630, mientras que los canarios se encontraron aislados y sin conexión con las comunidades continentales, así como las de las otras islas con las que no tuvieron ningún contacto a lo largo de mil quinientos años.