Galdós y Canarias

Podrían ser interminables las páginas dedicadas a Galdós en Canarias.
Yolanda Arencibia

Yolanda Arencibia Santana

Universidad de Las Palmas de Gran Canaria


Don José Pérez Vidal (Santa Cruz de La Palma (1907-1990) utilizó este título para un libro imprescindible sobre Pérez Galdós que publicó en 1952. Un modo de homenaje por mi parte es copiar al maestro el título para incidir en la cuestión desde un prisma distinto a como él lo hizo.

Benito Pérez Galdós nació y se formó en Las Palmas de Gran Canaria; marchó a Madrid con su bachillerato recién concluido para completar su formación en medio más amplio y, una vez tomada la decisión de ser escritor profesional, decidió residir en donde podía cumplir el destino que le exigía su genio. En adelante, vivió en Madrid cincuenta y ocho años más, repartiendo su residencia entre esa capital y Santander, con numerosas escapadas a Europa y sólo cinco viajes su tierra. No se quedó en Canarias Galdós, pues. Pero algo palió el tema atrayendo a su familia a Madrid para formar allí nuevo núcleo familiar. Variaba en principio el número de “galdoses” que habitaban la casa de Madrid en función de los estudios de los sobrinos y de los vaivenes de la familia canaria. Formaron núcleo fijo y perenne, Benito, Magdalena Hurtado, Concha Pérez Galdós y José María, el segundo de los hijos de Carmen Pérez Galdós. Durante mucho tiempo, también fueron parte de ese grupo Hermenegildo, el más pequeño de los hijos de Carmen y la propia Carmen. Siempre fue esa casa un cobijo para los familiares y mantuvo la puerta abierta a los paisanos que pasaban por Madrid.

Residió Galdós, pues, fuera de su isla la mayor parte de su vida. Pero no se rompió su relación con las islas. Y en los primeros años madrileños, mucho tuvo que ver el Café Universal de Madrid en donde se reunían los canarios de todas las islas, formando un grupo compacto de jóvenes que se reconocían, conversaban, discutían… sin perder la perspectiva de la imagen y las necesidades del Archipiélago de fondo, y sintiéndose “canarios” sin más. Galdós más que hablar, dibujaba, y a sus dibujos- conservados en álbumes más que interesantes- debemos hoy el conservan las imágenes compartidas de de grancanarios, tinerfeños, palmeros, gomeros…: León y Castillo, V. Fernández Ferraz, el Marqués de la Florida, Benigno Carballo, Sansón y Grandy… Desde que su nombre fue destacando, las islas estuvieron pendientes de su carrera y él correspondió con agradecimiento y cariño. 

Gran Canaria había de ser la isla con que más se relacionó, por razones obvias. Cuando marchó a Madrid en 1862 ya era reconocido en la ciudad pequeña por sus escritos en El Ómnibus, por el eco de su papel en la muy reciente “Exposición Provincial de Agricultura, Industria y Artes” que organizó El Gabinete Literario en 1862 en la que un carboncillo suyo obtuvo premio, por la agudeza irónica de sus dardos ciudadanos escritos o dibujados,  por el eco social de un curioso drama que había estrenado en la casa de los Wangüemer, por ciertos escritos literarios que sus profesores comentaban…

Durante los primeros años en Madrid, los periódicos grancanarios estaban al día de sus actividades, recibían colaboraciones frecuentes del que empezaba a ser periodista celebrado en Madrid y no dejaban de anunciar las idas y venidas del joven estudiante. 

Cuando ya en 1883 la sociedad madrileña organizó un banquete en su honor que vino a significar un reconocimiento nacional, la colonia canaria en Madrid regaló al escritor una bella fuente de cerámica dibujada por Arturo Mélida, y el Ayuntamiento de Las Palmas reaccionó acordando en sesión plenaria dedicarle una calle importante de la ciudad y que figurase para siempre un busto suyo en el Salón Dorado de la Institución. 

Con motivo del viaje a Las Palmas de 1894, el recibimiento de sus paisanos no pudo ser más entusiasta. Fue recibido en el muelle de la ciudad con todos los honores, aunque sin música, por el luto reciente por su cuñada Magdalena Hurtado de Mendoza. Hubo salvas, vivas y aplausos en las muchas barquillas o barcazas que rodearon al vapor correo “Pío IX” desde que se iba acercando a la bahía.  La prensa local (La Correspondencia) había avisado de su viaje dedicándole número extraordinario y, durante su estancia, el Ayuntamiento (Felipe Massieu y Falcón, era alcalde entonces), primer promotor de los actos, acordó en pleno de 19 de octubre grabar en mármol el nombre de la calle ciudadana que a él se había dedicado en 1833, y colocar una lápida conmemorativa en la casa natal de la calle de Cano convertida hoy en Museo de su nombre. El Gabinete Literario lo nombró “Socio de Honor” con toda pompa, y encargó un retrato suyo para su “galería de hombres ilustres”. El Museo Canario lo recibió con honores y le ofreció para su firma el libro oficial. Tal vez lo más que le agradó al abrumado don Benito fue el agasajo de la Sociedad de Mareantes de San Telmo (a ella había pertenecido su padre) que le obsequió con una artística maqueta de barco de pesca.

En esa visita, más importante que recordar sus paseos por toda la isla, verle sonreír con sorna ante el flamante teatro Tirso de Molina construido a orillas del mar pese a sus dibujos en contra, visitar con las autoridades el nuevo hotel Santa Catalina, o dejarse retratar con uno de los perros en la finca familiar de Los Lirios (bien guapo por cierto, con su nutrido bigote, su boquilla apretada entre los labios que esbozan una sonrisa, su atractiva vestimenta: botas recias, traje algo desarbolado, “bilbaína” de campesinado canario, airosa corbata blanca de lazo…), más que eso –continúo- es importante destacar que la ocasión del viaje fue aprovechada para estrechar lazos con sus paisanos y para interesarse por sus proyectos. El más atractivo de ellos, sin duda, era entonces el de la continuación de las obras de la Catedral que el Alcalde se proponía avivar y que sin duda visitó con Galdós porque (lo estudió Sebastián Hernández Gutiérrez en un trabajo del año 2000) don Benito, de vuelta de ese viaje, dibujó de memoria la Catedral y el detalle del rosetón actual, cuando este no había sido aún construido. El que se conserven esos dibujos en el llamado “álbum arquitectónico” del dibujante Galdós, viene a probar que Galdós pudo influir en que el obispo Cueto y la alcaldía confiasen en Arturo Mélida para el diseño de la fachada actual. Mélida envió al obispo ese proyecto de fachada (rosetón incluido) en 1896. Posteriormente los arquitectos Fernando Navarro y Laureano Arroyo añadieron elementos a esa fachada hasta terminarla, sin tocar el rosetón de Mélida. Cuando partió Galdós de su isla el 12 de noviembre. Hubo de saludar mil veces, abrumado ante la escolta de barquillas con banderitas y el barco especial para la banda de música que lo acompañó hasta que el Hespérides entrara en el océano tras la vuelta a la bahía de Las Isletas. El correo tendría escala en Santa Cruz de Tenerife. Nuevas alegrías; nuevos honores. El 13 de noviembre, al llegar a Cádiz, se quejará en carta a su  novia Concha Morell: «Si no echo a correr para acá, mis paisanos acaban conmigo a fuerza de obsequios». 

Vamos a saltar de isla, para atender la relación de Galdós con Tenerife sin romper demasiado la cronología. Porque la Imprenta Isleña publicó a principios de 1888 las Obras que los amigos del Gabinete Instructivo de Santa Cruz de Tenerife prepararon para honrar a don Francisco María Pinto, recién fallecido, y el primero de esos tomos lleva un prólogo de Galdós. Lo escribió en octubre de 1887, en medio de muchos quehaceres: «Luego le meteré el diente al tomo de Pinto que quedará hecho en octubre» -le escribió a  su editor tinerfeño  Miguel H. de la Cámara, quien tal vez medió entre don Francisco María y Galdos pues solía ejercer de enlace entre intelectuales de la isla de Tenerife y Galdós. 

Casi entre paréntesis hemos de indicar que Cámara fue editor de Galdós en exclusiva entre 1876 y 1896 y que, sin duda, fue la persona más importante en la relación de Galdós con Tenerife.  Era don Miguel –Galdós siempre lo llamó “Don Prisco”-  ingeniero y hombre de empresa con cierta vocación política. Se conocieron en Madrid, tal vez en las tertulias de los canarios del café “Universal.”  En los años sesenta Cámara se había instalado en Madrid, y desde 1872 se había hecho propietario único de La Guirnalda, una revista ilustrada que contaba con imprenta propia. Cuando Galdós necesitó imprenta para editar sus obras y órgano para publicitarla, los dos paisanos llegaron a un acuerdo para crear la “Sociedad La Guirnalda” que los unió hasta que disidencias empresariales rompieron el acuerdo mediante un pleito lesivo para ambos.

Retomando el hilo del texto, añadiremos que tal vez no se conocieron directamente don Francisco María Pinto y Galdós; o tal vez se conocieron en Madrid, pues Pinto se había licenciado en Granada y pudo estar en Madrid; o tal vez medió entre ellos Miguel H. Cámara, como hemos dicho. Pero sí que conoció y admiró Galdós la Revista de Canarias (1878-1882) que Pinto co-fundó con el escritor y periodista Elías Zerolo (1848-1900), y en la que publicaron los principales intelectuales canarios de la época. Galdós mismo publicó allí “La agonía de Fernando VII” (un fragmento de Los apostólicos) el 23 de septiembre de 1879, en el año I de la Revista. Galdós escribió para don Francisco María Pinto un prólogo atractivo, pero además lo resumió con maestría para Los Lunes de El Imparcial del 7 de mayo de 1888, lo que logró que sonase el nombre de Pinto y la Revista de Canarias en una de las más acreditadas páginas literarias de la época.

No era la primera vez que hablaba Galdós en Madrid de un escritor canario, tinerfeño en este caso, porque mucho antes, en el periódico La Nación de 22 de julio de 1865 había publicado una crónica extensa sobre Auroras, la colección de poesías de Rafael M. Fernández Neda con quien había coincidido en un viaje de vuelta a Madrid.

Sin duda, el acontecimiento más importante que vivió Galdós como canario en Madrid fue el homenaje que la “colonia canaria” lo obsequió el 9 de diciembre de 1900. No hacía falta pretexto, pero lo fue la celebración de cierre de la Tercera Serie de los Episodios Nacionales con la publicación reciente de Bodas reales.

Podemos conocer hoy las particularidades del evento por un librito que la comisión organizadora tuvo la buena idea de publicar: Entre canarios. Homenaje a Pérez Galdós, fue su título. Por él sabemos que lo organizaron periodistas isleños especialmente cercanos al autor, que estuvieron representadas todas las islas, que no faltó ninguno de los amigos que estaban en Madrid e incluso que algunos de los que no estaban viajaron para no perderse el acto, que muchos de ellos eran compañeros de infancia, que se recibieron muchos telegramas de adhesión, que hubo asistentes de todas las ideologías… Conocemos también por Entre canarios la identidad de los que se adhirieron, los amigos que representaron a la prensa y los que tomaron la palabra en el “brindis” de ese acto. 

El primero de ellos, que lo hizo en nombre de los organizadores, reclamó para Galdós la condición de “canario de todas las islas”: fue Ricardo Ruiz Benítez de Lugo, un militar abogado y periodista que fundó el periódico Las Canarias y que publicaría en 1904 un interesante Estudio sociológico y económico de las Islas Canarias, con prólogo de Nicolás Estévanez y dedicado a Canalejas. Le siguió, Nicolás Estévanez, veterano político y militar republicano admirado por don Benito, que en 1899 había empezado a publicar en El Imparcial la serie de Mis Memorias, y que no podía suponer ahora que llegaría a ser personaje de la quinta serie de Episodios nacionales que aún no había escrito Galdós. Estévanez comenzó valiéndose de la ironía para, pese a su declarado republicanismo, reconocer a don Benito como “monarca de las Letras”, y concluyó reafirmando en ese brindis la canariedad como esencia y la compatibilidad entre los amores a los dos patrias, la chica y la grande. El tercer brindis correspondió al entonces senador por Canarias, Imeldo Serís marqués de Villasegura, quien destacó la admiración al maestro, «gloria nacional», y la confraternidad de hombres de distintas ideas unidas por la idea patria. Al lagunero político y periodista Manuel Delgado Barreto (recién instalado en Madrid y que de inmediato sería redactor de El Globo y más delante de La Correspondencia de España) correspondió el cuarto brindis. mediante el que solicitó a de don Benito la escritura de un libro sobre las Islas, un «heraldo que pregone por el mundo los encantos de la tierra canaria». El penúltimo brindis correspondió a José Wangüemert y Poggio, controvertido autor de obras históricas que acababa de publicar sus Consideraciones históricas acerca de las Islas Canarias, y que reclamó para don Benito la condición de segundo Teide de las Canarias. Cerró los brindis el político y jurista Tomás García Guerra (catedrático de Historia en la Universidad de Oviedo y de Metafísica en la de Madrid, en estos momentos representante de Canarias en las Cortes españolas), que dedicó el brindis al recuerdo de la familia canaria del escritor y en especial a su hermano Ignacio.

Igualmente, conocemos por Entre canarios que contó el homenaje a don Benito con tres cartas de adhesión interesantes. La primera fue del controvertido militar y notable político Valeriano Weyler, que se dirigió a los organizadores del homenaje «al insigne literato [en cuanto] todo lo que sea canario capta mi atención» (Weyler era hijo adoptivo de Tenerife desde que desempeñara allí el cargo de Capitán General de Canarias entre 1878 y 1883). Rafael Fernández Neda, traductor, escritor y poeta, antiguo amigo de don Benito, escribe la segunda de las cartas de adhesión apelando a esa amistad y reafirmando la valía del «gran canario por derecho propio [estimando] que, si a una de las afortunadas se la llama grande, lo debe a ser la madre de Pérez Galdós». Por último, el marqués de Casa-Laiglesia Manuel Rancés Villanueva, ahora diputado a Cortes por Canarias, se dirigió a don Benito en nombre del Alcalde de Santa Cruz de Tenerife y del presidente de la Diputación Provincial. Fernando León y Castillo, el amigo personal de don Benito y embajador en París, no pudo acudir al acto, pero envió un cariñoso telegrama de adhesión de la mano de su secretario el poeta canario Luis Doreste Silva. Igualmente enviaron telegramas de adhesión el Alcalde de Las Palmas y los presidentes de las instituciones más representativas de la Isla de Gran Canaria, de otras islas y de otras capitales de España. Lo más importante de ese acto-homenaje fue el discurso que preparó Galdós para esa ocasión. 

No era don Benito partidario de esos agasajos, como sabemos; y muy difícil era oírle discursear en ellos. Era lo normal en él limitarse, escuetamente, a dar las gracias. Lo hacía por timidez, por temor a no controlar la emoción, o por la convicción asumida de sus pocas dotes para la oratoria pública. Esta vez, sin embargo, fue una excepción. Y sin duda, no sólo porque le rodeaban, en su gran mayoría, hablantes canarios condicionados como él por aquella fonética, sino porque los tiempos políticos le habían convencido de la necesidad de expresar en voz alta y clara sus ideas. Lo explica así a León y Castillo en carta de 12 de enero siguiente: «…me obligaron las circunstancias, y fue para mí la más angustiosa de las sorimbas, yo no podía decir a nuestros paisanos más de lo que les dije, levantando el espíritu y entonando el sursum corda. La situación de nuestro archipiélago y la de España exige que se hable con mucha cautela de este asunto y que se nombre al coco (el inglés) lo menos posible». 

En efecto, tras el desastre del 98, la crisis de identidad y el pesimismo consiguientes dieron lugar a muchos males, pero también al revulsivo social que logró el despertar de voces comprometidas que marcarían el futuro. Una de esas consecuencias del 98 fue el nacimiento, o el reverdecimiento, de los nacionalismos. Y no podía quedarse ajena a ello la lejana provincia canaria tan ligada a aquellas “hermanas de América”, españolas hasta hacía bien poco. En las Canarias, efectivamente, iba teniendo adeptos el sentimiento de una lejanía espiritual respecto al resto de España, merced al sentimiento de herencia del ancestro guanche (tan cercano al “buen salvaje) que reverdeció el romanticismo, Pero ahora, y debido a la estratégica posición geográfica del territorio, se cernía sobre las Canarias la amenaza de una más que posible apetencia por parte de Estados Unidos. Era un peligro evidente que la metrópoli se propuso alejar con refuerzos de tropa de muy dudosa eficacia y que sólo la presión de la otra gran potencia hegemónica, Gran Bretaña, pudo evitar. 

Ese cúmulo de circunstancias no podían dejar de pesar en el discurso del profundo demócrata comprometido que fue Galdós, que expuso sus convicciones respecto a la defensa de la Patria apelando a la solidaridad, a la ambición de progreso y al liberalismo, y que salió defensa de la españolidad de todos los territorios afectados por aires nacionalistas. Para los canarios, primeros receptores del mensaje, Galdós, reconociéndose profundamente canario entre los suyos, lanzó un mensaje de confianza y de fe hacia la nación, apelando directamente a la profundidad del alma española de los canarios y para «avivar el amor a la patria chica [para llegar] al de la grande».  Para Galdós –afirma-  resulta «imprudente y peligroso hablar de embestidas de extranjeros codiciosos», por ser muestra de un pesimismo funesto que ha de ser combatido por la fe incondicional; de ahí la arenga contra «esa forma de pereza que es el pesimismo» para despejar «las tristezas enfermizas de la España de hoy».

«Nosotros los más chicos, seamos los más grandes en la firmeza y vigor de las resoluciones; nosotros, los últimos en fuerza y en abolengo histórico, seamos los primeros en la confianza, como somos los primeros en el peligro; nosotros, los más distantes, seamos los más próximos en el corazón de la patria».

En ese discurso y en esa arenga quedó refrendada lo inconmovible de la fe del gran Galdós en los valores fundamentados en «el derecho y la justicia» frente a la violencia, y en el poder de la unión de todos, «chicos y grandes», para robustecer «la fe nacional» frente a los peligros exteriores. En este discurso, el Galdós optimista impertérrito se alía con el conformista a su pesar para cerrar el discurso con la recomendación de dos virtudes como únicas armas de progreso para el hombre de a pie: la paciencia y el cumplimiento estricto del deber. ¡La paciencia! Tal vez puede desconcertarnos tal recomendación. Surgió sin duda del trasfondo de su isleñismo para dar la razón a quienes han visto como característico de la naturaleza canaria un «eterno esperar» resignado.

Podría ser interminables las páginas dedicadas a Galdós en Canarias. 

Las cerraremos ahora con el recuerdo de solo tres de los muchos poemas que el maestro Galdós inspiró a sus paisanos.

Así un soneto de Antonio Zerolo, inspirado en el prólogo que Galdós redactó para acompañar a la edición en papel del drama Los Condenados, a su juicio, maltratado por la crítica miope. Fue publicado en el Diario de Tenerife de un día de julio de 1895:  

A Pérez Galdós, después de leer el prólogo de “Los Condenados”.

Ya se atreven contigo, los que antes
callaban por temor, críticos hueros…
¡Siempre tienen sus Zoilos los Homeros
Y sus Avellanedas los Cervantes!
Fustígalos; y en dramas palpitantes
Sigue trazando al arte otros senderos:
Bajo tus golpes de Titán certeros
Muerdan el polvo cursis y pedantas!
Tú vencerás ¡el genio es la paciencia!
No te importen protestas ni silbidos
En el seno de víbora engendrados
Del despecho, la envidia y la impotencia;
Por tus nobles esfuerzos redimidos,
Al cielo subirán tus “Condenados”

Es el segundo un poema de Manuel Verdugo que publicó el periódico El Canario

Pérez Galdós

Su obra es una montaña. La miro desde el llano
subir, subir serena hasta la cumbre ingente;
y a través de la fama ‒esa mágica lente‒
más grande la contemplo cuando está más lejano…

La gloria le conduce, le lleva de la mano,
¡la gloria que al besarle solícita en la frente,
con un excelso rayo del nimbo refulgente
quemó las fatigadas pupilas del anciano!

Y ese Rey de las letras, ese Rey venerable
que escribió con su cetro, con su pluma incansable
episodios sublimes de una Historia inmortal,

casi es pobre…¡ Oh, España: el laurel y la rosa
que le ofrecee al hijo de que estás orgullosa,
junta en broche de oro.. ¡es deber maternal!

El último poema es la más que célebre “Ofrenda” de Tomás Morales a Galdós, imprescindible broche de oro para estas páginas.

La ofrenda emocionada
A don Benito Pérez Galdós

Este luchador insigne de la apostólica traza,
ayer el árbol más recio de cuantos nutrió la Raza
y hoy en su sillón hundido, tímido, infinito y pobre:
vedle arribar a las lindes de la vejez macilenta,
símbolo fiel de esta España en donde todo se cuenta
–Honor, Belleza y Dineros–, todo en monedas de cobre…

Él, que llevaba en su mente incalculables tesoros,
que vistió miles de ensueños con el valor de sus oros
y vertió en obras eternas su gran liberalidad…
Todos pasar le hemos visto por el urbano espectáculo,
la gruesa bufanda al cuello y el recio bastón por báculo,
encorvado bajo el noble peso de su ancianidad:

peregrino de una Meca quimérica, el Pensamiento
desentrañaba sus pliegues como una oriflama al viento,
esclareciendo su siglo con su luminosidad;
y todos, también, leímos su alto pregón de batalla
que, al nimbar la reciedumbre de su perfil de medalla,
decía en exergo: ARTE, NATURALEZA, VERDAD…

Su genio mezcló en un solo crisol las tres Unidades;
prestole el Verbo el apoyo de todas sus facultades;
y el Sueño, carbón ardiente, verificó la fusión.
El Arte daba la pauta con su instinto soberano;
la Naturaleza, el vaho cálido, cordial y humano;
y era la Verdad la síntesis final de su religión…

Tras ella corrió afanoso desde sus años primeros;
su fe cruzó imperturbable los más distintos senderos,
y escudriñó en los hogares y se unió a la multitud;
y, adondequiera que el sino guiaba su planta austera,
iba prendida a su brazo, dulcísima compañera,
toda vestida de blanco como un niño, la Virtud…

Al no topar en la ruta con la deidad perseguida,
dejó las cómodas sendas donde florece la vida
y descendió a los suburbios del humano muladar;
y, entre el negror pestilente de tanta lacra saniosa,
se vio la llama furtiva de su piedad religiosa,
con la sagrada eminencia de una custodia, brillar…

Cuerpos deformes e impuros, almas de infamia y desdoro:
¡todos los frutos podridos del árbol humano, a coro,
con lenguas atormentadas dábanle su parabién!
Y él, entre tantas lacerias, pasaba humilde y hermoso,
aplicando a las heridas vendas de amor generoso
y enderezando conciencias con la ortopedia del Bien…

Y un día creyó encontrarla en el dolor de su raza,
y puso de manifiesto su corazón en la plaza,
mas sus hermanos no oyeron o no supieron oír:
y es que nuestro pensamiento es actual y limitado,
mientras la voz de los dioses o del Profeta Inspirado
desciende desde una nube y suena en el porvenir…

Y al fin sus ojos cegaron de mirar tanta impureza.
Él, que juzgaba la vida como un raudal de belleza
inagotable, cerrose a todo halago ulterior
y se sumió, quebrantado por los golpes de la liza,
en esa actitud sedente que ya la piedra eterniza:
¡esperando que se cumpla la voluntad del Señor!

¡Oh, don Benito! Si el alma fuera lo bastante pura
para asumir el reposo de vuestra inmensa figura,
yo os la entregaría –débil y amilanado sostén–
por que os contara al oído, con infinita cautela
–¡lazarillo emocionado cual la dolorosa Nela!–,
las maravillas del mundo que ya esos ojos no ven.

Ella os pintara la vida como una flor sin mancilla,
os dijera que del odio desapareció la semilla,
que al fin la Verdad Eterna ha puesto en fuga al dolor;
Ella os pintara la vida como una flor sin mancilla,
os dijera que del odio desapareció la semilla,
que al fin la Verdad Eterna ha puesto en fuga al dolor;
y mi acento fuera, entonces, impetuoso y exaltado,
porque llegar no pudiera, hasta el oído afinado,
de qué manera los hombres van imponiendo el Amor…

Abuelo glorioso y santo, definidor de energía,
tan claro y tan melodioso que erais como el propio día,
y hoy vais con la sombra a cuestas como una pesada cruz.
¡Dadme, cieguecito bueno, dadme las manos piadosas,
y ascienda mi alma a la eterna revelación de las cosas
por la rampa iluminada de vuestros ojos sin luz!