En la estela de Tomás Morales

La recepción de la obra de Tomás Morales tiene sus momentos de expansión o permanece inaccesible

Nilo Palenzuela

Universidad de La Laguna

L’ unicité d’une vie irréversible et irrévocablement révolue est justement ce qui, à la instant de la mort, nous sauve du non-être, elle nous repêche elle-même dans les eaux noires du néant[1]«La unicidad de una vida irreversible e irrevocablemente acabada es precisamente lo que, en el momento de la muerte, nos salva de no ser; ella misma nos saca de las aguas muertas de la nada». L’irréversible et la nostalgie, Paris, Flammarion, … Seguir leyendo.

Vladimir Jankélévitch

Tomás Morales muere en 1921. En el tiempo, que es el territorio de lo irreversible, ha dejado una obra que, desde su haber sido, se dilata y, por así decir, sigue siendo. Como sugirió Jankélévitch, el misterio indestructible de la vida pasada se afirma para siempre en el hecho haber vivido[2]Vladimir Jankélévitch, cit.,  294.. La recepción de la obra de Tomás Morales desde entonces aparece o se oculta, tiene sus momentos de expansión o permanece inaccesible. Persiste, no obstante, y no puede dejar de ser. Así, no ha dejado de prolongarse desde su desaparición.

En la recepción de la obra de Tomás Morales hay un año capital: 1956. Fue entonces cuando se publicó la edición conjunta de Las Rosas de Hércules, que había aparecido en dos volúmenes en 1919 y 1922. Y fue también el año en el que apareció, publicado por la Biblioteca Filológica de la Universidad de La Laguna y  en dos volúmenes, Tomás Morales. Su vida, su tiempo y su obra, de Sebastián de la Nuez Caballero. Estas ediciones pusieron un antes y un después en la recepción crítica. Desde entonces los estudios y las ediciones se han sucedido en el tiempo. Las Rosas de Hércules se han editado en 1977, 1984, 1985 (facsímil), 1990, 2000, 2006, 2011. Los editores, Sebastián de la Nuez Caballero, Andrés Sánchez Robayna en Interinsular Canaria y en Mondadori, y Oswaldo Guerra Sánchez con las ediciones críticas publicadas por el Cabildo de Gran Canaria y por Ediciones Cátedra, han hecho que el conocimiento del poeta haya avanzado considerablemente. La historia de la recepción de Tomás Morales, además del libro crucial de Sebastián de la Nuez Caballero, ha tenido varios capítulos de enorme importancia. El primero se debe al poeta Manuel González Sosa que recogió en Tomás Morales. Suma crítica (1992) un amplísimo número de artículos y reseñas. El segundo y no menos importante se debe al atento filólogo Antonio Henríquez Jiménez que, en 2011, publicó Escritos y noticias sobre Tomás Morales (1922-1972). Estos dos libros fueron editados por el Instituto de Estudios Canarios. Sin duda otros investigadores han contribuido al conocimiento de la recepción de la obra y figura de Tomás Morales, pero desde los trabajos de Sebastián de la Nuez a las ediciones críticas de Oswaldo Guerra, desde las apariciones de los recopilatorios de Manuel González Sosa y de Antonio Henríquez Jiménez, parece que pocas lagunas relevantes quedan en la historia de la recepción de nuestro poeta. 

No pretendemos aquí, por lo enunciado, aportar importantes novedades. Simplemente queremos seguir, después de apoyarnos en los modernos «buscadores» en diarios digitalizados, algunos motivos parciales de esa recepción. Así lo hemos hecho en dos publicaciones, en ABC y La Vanguardia, desde las fechas que siguen a la muerte del poeta hasta 1956, y sus inmediatas postrimerías. No hemos podido evitar, por la significación de los autores y por la coincidencia de publicación en estos diarios, algunos textos que dieron a conocer Sebastián de la Nuez Caballero, Manuel González Sosa y Antonio Henríquez Jiménez. 

Las variantes en las circunstancias de esta recepción son amplias. Unas tienen que ver con hechos próximos a los amigos o conocidos de Morales; otras, con la reflexión sobre la naturaleza insular. Asimismo, unas proceden de escritores canarios que escribieron sobre el poeta desde ABC y La Vanguardia; y otras, de aquellos que, desde Madrid, Barcelona y otros lugares, recordaron o valoraron directamente su obra. 

Algunas noticias aparecidas en ABC son anecdóticas o poseen distinta relevancia. En 25 de agosto de 1925 se da a conocer en el diario madrileño como «Noticia de libros» la reseña de Para el perdón y para el olvido, de Ignacia de Lara (Irma),  donde se recuerda y se citan algunos versos del poema que le había dedicado Tomás Morales: «Este libro, que tiene virtudes cristalinas / —tal un claro compendio de juventud y amor— , / es una jaula de oro, tras cuyas mallas finas / estuviera cantando, cautivo, un ruiseñor»; y se hace referencia a la breve elegía dedicada a Tomás Morales, incluida en el libro reseñado. El 23 de junio de 1926, como «Informaciones y noticias de toda España», se señala que el día anterior, en la mañana, «En Moya se ha rendido un homenaje a la memoria del gran poeta canario Tomás Morales. Se descubrió una lápida conmemorativa. Asistieron las autoridades, la familia de Morales  y numeroso público. Recitáronse poesías y se pronunciaron discursos». El 6 de agosto de 1946 hallamos una necrológica: «coincidiendo con el 25 aniversario de la muerte de su esposo, el gran poeta Tomás Morales, ha muerto Leonor Ramos Armas, a la que el poeta inmortalizó en su “Envío a Leonor”, de Las Rosas de Hércules». De mayor o menor significación, se trata de noticias dispersas. 

Algunas otras se dan en circunstancias cercanas. «Homenaje al poeta del mar por el pueblo que meció su cuna» se publica el 16 de octubre de 1927 en dos páginas de ABC, con abundante ilustración fotográfica y con la noticia de la escultura de Victorio Macho erigida por mediación del Cabildo de Gran Canaria en el cementerio; también se habla del busto del poeta realizado por el escultor años antes y que ahora se expone en la Plaza de San Telmo, entonces al borde del océano : «cerca del mar se elevan el busto de bronce y la tumba de piedra. Cerca del mar Atlántico». El artículo, que pertenece a José Batllori y Lorenzo, realiza algunas anotaciones que merecen recordarse a pesar de los tropiezos gramaticales, muy probablemente debidos al proceso de impresión: «la Patria chica y la Patria grande, y con ella casi todos los pueblos de habla española, rindiéronle al morir los más cordiales, merecidos y justos [homenajes]… Moya, su villa natal, en las frondas de cuya maravillosa montaña de Doramas escribió sus primeros versos, como Cairasco, el divino poeta del siglo XVI, y la bárbara destrucción  de cuyos bosques, tan reciente, para dolor y vergüenza nuestra, le inspirara las más dolorosas estrofas de su alegoría Tarde en la selva, le dedicó una linda plaza, colocando en la casa donde nació una lápida conmemorativa». Junto a la referencia a Cairasco y la Selva de Doramas[3]El tema lo había tratado mucho antes, en 1900, José Batllori y Lorenzo. En este sentido ha sido tratado por Andrés Sánchez Robayna en «Cairasco de Figueroa y el mito de la Selva de Doramas», Anuario de Estudios Atlánticos, 37 (1991), 239-321. … Seguir leyendo destaca la escultura fúnebre de Victorio Macho, pues justamente esta obra había estado presente[4]Cfr. Eugenio Carmona, «El “arte nuevo” y el “retorno al orden”. 1928-1926», en La Sociedad de Artistas Ibéricos y el arte español de 1925, Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 1995, pág. 49. en la importante Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos (ESAI) en Madrid, en 1925, esto es, en la muestra en que estuvieron Francisco Bores, Norah Borges, Salvador Dalí, Moreno Villa…, y que mereció la atención de Ortega y Gasset y de los jóvenes poetas. La exposición se reconocería más tarde como auténtico hecho generacional para las nuevas sensibilidades de vanguardia. 

La fotografía de Plañidera de Monumento al poeta Tomás Morales (1922) se había reproducido en la revista gallega Alfar, en plena coincidencia con la exposición, en julio de 1925, en el número dedicado a la exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos[5]En la misma revista se había reproducido en el número correspondiente a agosto de 1924.. En las mismas fechas, Luis Pérez Bueno había aludido desde El Liberal de Madrid, el 3 de julio, al «arte y belleza [que] culminan por igual en la sintética, o por mejor decir, arquitectónica figura del sepulcro de Tomás Morales»; y, desde la madrileña La Voz y justo un mes antes, Juan de la Encina (Ricardo Gutiérrez Abascal) destacaba «cómo la forma humana [en el sepulcro de Tomás Morales] casi se desvanece totalmente, y da pasos a planos y masas arquitectónicas. Macho ha sabido entrar por las avenidas de la “escultura abstracta”». Emiliano Ramírez Ángel dedicó asimismo el 28 de junio de 1925 un texto al «Sepulcro del poeta Tomás Morales» en las páginas de Blanco y Negro. El modernista Morales, de esta suerte, estaba a través de su amigo Victorio Macho en medio de las expresiones de la nueva sensibilidad artística española.  

La reflexión sobre la naturaleza insular y su particularismo tiene cierta prehistoria antes de llegar a las páginas de ABC con un artículo de Víctor Zurita. La caracterización de una sensibilidad atlántica, que llegaría a ejercer influencia decisiva en Ángel Valbuena Prat y en Algunos aspectos de la moderna poesía canaria (conferencia dictada en el inicio del curso universitario de 1926) tiene antecedente destacado en el artículo «Voces de Atlántida. Los líricos de Canarias»[6]Recogido por Antonio Henríquez Jiménez en su Escritos y noticias de Tomás Morales (1922-1972)., de Enrique Díez-Canedo, publicado en La Nación el 27 de enero de 1924. El amigo de Tomás Morales, además de dedicarle atención a Alonso Quesada, Domingo Rivero, Fernando González, Saulo Torón y Claudio de la Torre, establece una mirada diferenciadora con relación a los paisajes presentes en la literatura: 

Todos los poetas de España parecen vueltos a la severa desnudez de las mesetas centrales, a la alegría mediterránea o a los voluptuosos fantasmas de Oriente. Canarias está vuelta al Atlántico: cielo y mar; apego infinito a la tierra o ansias invisibles de vuelo…

Sobre las visiones de Díez-Canedo y otras circunstancias posteriores de la recepción moraliana volveremos; bástenos aquí anotar estas palabras precursoras de una sensibilidad atlántica, que pone a la vista a Tomás Morales, y sobre las que se despliegan otras de similar significación, muy poco conocidas. Me refiero al artículo del canario Víctor Zurita, fundador del diario La Tarde. Conviene recordar que fue en La Tarde donde los nuevos escritores crean el suplemento «La nueva literatura» y donde se persiste en la reflexión sobre la identidad insular. Agustín Espinosa y Juan Manuel Trujillo, primero, y Pedro García Cabrera y «El hombre en función del paisaje»[7]El artículo «El hombre en función del paisaje» se publicó justamente en La Tarde, el periódico de Víctor Zurita, los días 16, 17, 19 y 21 de mayo de 1930, y luego pasó al olvido, incluso para Pedro García Cabrera, como pudimos comprobar en … Seguir leyendo, después, no hicieron más que persistir en esta línea. Pero veamos el texto poco conocido. 

Coincidiendo con la fundación del vespertino La Tarde, Víctor Zurita publica el 29 de mayo de 1927 en la revista Blanco y Negro, de ABC, su artículo «Paisaje y literatura». Sus palabras y la referencia a Morales son aquí muy esclarecedoras:

El paisaje de Tenerife, tan recatado, tan íntimo, tan vario, no fue hasta ahora debidamente interpretado por novelistas y escritores. Está latente, sí, en las claras, en las encendidas acuarelas de Francisco Bonnín. El mar bravo, vigoroso, el mar noble de las islas, está asimismo plenamente contenido en las estrofas de Tomás Morales, el poeta del Atlántico. Remansado en los puertos, sonoro y ágil frente a las costas bravías y a los acantilados, está impreso en los sonetos vibrantes del poeta, que supo aprisionarlo en lazos geniales, en síntesis de gesto y de color, al modo sorollesco. Su Oda al Atlántico, que es también una hermosa síntesis —la síntesis geográfica, geológica, histórica y mitológica de una epopeya del mar y de los trabajos y esfuerzos de los dioses y de los hombres sobre sus ondas—, contiene, por otra parte, atisbos, secretos, revelaciones extraídas como por la investigación microscópica, al modo proustiano, que asustan y emocionan a los enamorados del mar por la exactitud y por su delicadeza. 

Zurita reflexiona sobre la identidad y contribuye así a afirmar una sensibilidad crítica que toma como horizonte estético la interpretación del paisaje. Y lo hace con el apoyo de Morales y con audacia comparativista: Sorolla, Proust. El pensamiento estético avanza estableciendo (e inventado) relaciones que contribuyen a desplegar los ramajes del discurso de la identidad al tiempo que variantes temáticas en la recepción de Morales. Hasta donde sé ni Sorolla ni Proust han sido motivos sobre los que haya basculado el discurso crítico moraliano. 

Otros escritores persisten en recordar a Tomás Morales, aun cuando el objeto de sus artículos no siempre se centra en el autor de Las Rosas de Hércules. Hemos hablado de Victorio Macho y su escultura, que contribuyeron a la recordación del poeta. De la misma forma el nombre del pintor Néstor Martín-Fernández de la Torre trae aparejado el nombre de nuestro autor. 

Cecilio Barberán el 14 de junio de 1944 da la información en ABC sobre «La exposición de artistas de la provincia de Gran Canaria» inaugurada en el Museo Nacional de Arte Moderno de Madrid. El artículo presenta dos apartados. En «Néstor, pintor de leyendas atlánticas» se habla sobre todo de la sala dedicada al pintor, de la significación de su obra y su mitología. El otro apartado, «La Oda al Atlántico, de Tomás Morales, por Áurea Sarrá», destaca cómo en medio de la muestra el 13 de junio había tenido lugar un recital y un homenaje al poeta. Allí Federico Cuyás leyó «unas interesantes cuartillas» recordando al poeta y Eduardo Llossent, presidente del Museo, «trazó una admirable semblanza de Rubén Darío, comparando su obra lírica con la pictórica de Néstor». Se habla luego de «la brillante recitadora Áurea Sarrá[8]Àurea de Sarrà fue una bailarina, en la línea clasicista de Isadora Duncan, muy conocida en España durante los años veinte y treinta. Tuvo una proyección internacional importante, sobre todo en Grecia, donde mantuvo amistad con Kostís … Seguir leyendo [que] interpretó la Oda al Atlántico magistralmente y sin descanso». De  la misma exposición da cuenta José Francés[9]José Francés ya había dedicado atención a Tomás Morales en la publicación de Poemas de la gloria, del amor y del mar, 1908, como puede verse en la Suma crítica de Manuel González Sosa. el 27 de junio de 1944 en La Vanguardia[10]En La Vanguardia el 23 de marzo de 1909 había dado cuenta del acto que se iba a celebrar en Barcelona: «Hoy, a las cinco de la tarde, continuando las conferencias que semanalmente celebra la Asociación Catalana de Estudiantes, tendrá efecto la … Seguir leyendo, entonces La Vanguardia Española:

Intactos el fulgor lumínico y la impetuosidad marina de Néstor, nos han vuelto a ser revelados después de veinte años. 

En la, por tantos conceptos interesante, exposición de Artistas de la Gran Canaria que se celebra en el Museo de Arte Moderno, de Madrid, se ha consagrado una sala a los ocho lienzos del Poema del Mar, culminación pictórica de Néstor, malogrado como Tomás Morales, el poeta que cantó con la palabra el mismo mar de sus Islas Afortunadas.

Desde las páginas de ABC y de La Vanguardia artículos escritos por canarios o en relación con ellos muestran la dilatada presencia de nuestro poeta. Claudio de la Torre, tan unido a aquella generación de artistas y escritores que coincidieron en 1925 en torno a la Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos, había escrito en 1920 unas cuartillas en homenaje a nuestro poeta y a lo largo de los años aludirá a él en publicaciones canarias y peninsulares[11]En El Español. Semanario de la Política y del Espíritu, como ha recordado Antonio Henríquez, publica el 4 de enero de 1947 el artículo  «Poesía y recuerdo de Tomás Morales».. En el entorno de ABC  de la Torre publica el 9 de febrero de 1946 «Un viejo poeta inédito», dedicado a Domingo Rivero y donde, además de precisar aspectos importantes sobre el poeta y aludir a «la íntima violencia de Alonso Quesada», a «la conformidad ejemplar de Saulo Torón, pasando por las variantes de Luis Doreste, Perdomo Acedo, Luis B. Inglott, Fernando González…», retrata la significación del primer libro de Morales:

Se debió acaso al primer libro de versos de Tomás Morales, Los poemas de la gloria, del amor y del mar, publicado en 1908, todo el movimiento poético de entonces en las islas Canarias, que fue poco más del que engendró una sola ciudad: Las Palmas. De aquel año tranquilo hasta los más turbulentos de la guerra europea en el 14, la llama prendió rápidamente y llegó a formar una visible hoguera. Se dio incluso el fenómeno, tan confortable, de que en una ciudad mercantil, comercial, como conviene por otra parte a su destino, pudiera vivir y prosperar brillantemente una apreciable comunidad de poetas.

El artículo acaba reproduciendo el soneto «Yo, a mi cuerpo». Otro compañero generacional de Claudio de la Torre, el granadino Melchor Fernández Almagro, aprovecha la reseña de «El Ave breve de Pedro Perdomo» para destacar el papel de las nuevas generaciones de poetas en la colección vallisoletana Halcón,[12]Halcón estaba orientada, en la sombra, por el represaliado Fernando González, entonces destinado al Instituto de bachillerato de Valladolid. Luis López Anglada y Arcadio Pardo han hablado de su importancia en los textos preliminares que … Seguir leyendo, y para evocar al poeta modernista. El artículo aparece en La Vanguardia el 27 de enero de 1949. La referencia inicial a Morales resulta inevitable: «Para sobrepujar  el concierto inmenso de olas, tempestades, sirenas y estridores de puerto,  Tomás Morales —jefe poético de esa hermosa provincia de nuestras letras— infundió alta elocuencia a los versos que su robusta y delicada inspiración, truncada por la muerte, le dictara». Fernández Almagro también habla de Quesada, Torón, Fernando González, Claudio de la Torre, y de Perdomo Perdomo Acedo. Colaborador habitual de ABC y La Vanguardia, además de figura destacada en la literatura española de la edad de plata, Fernández Almagro menudeará referencias sobre nuestro poeta.

Particular interés tiene el artículo de Juan Ruiz Peña «Poesía Canaria»,  publicado en la edición sevillana de ABC el 17 de agosto de 1948. Ruiz Peña conoce de cerca la tradición literaria insular. En 1944 había sido destinado a la isla de La Palma como profesor adjunto del centro de enseñanza media. Allí conoce y mantiene estrecha relación con Pérez Vidal y con el entorno cultural canario. En ese mismo curso este gaditano animador de la revista Isla. Verso y Prosa (Jerez de la Frontera 1937-1940), también publicó en la revista Escorial, en el número 44 de mayo de 1944, «Alonso Quesada o el poeta provinciano». 

«Poesía Canaria» evidencia, en efecto, el conocimiento de la tradición lírica canaria y de Tomas Morales. Habla, además, de su encuentro con la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria y de sus diálogos con «Fernando González, el benjamín del grupo y único vivo», de su búsqueda de «algo que recordase al emotivo y profundo Alonso Quesada», de sus reiterados paseos para contemplar el busto de Tomás Morales,  y de cómo, ya en La Palma, dedicó su tiempo al conocimiento de los poetas insulares. Sus precisiones evidencian que le interesó Antonio de Viana y el «gongorino e ingenioso Cairasco de Figueroa», pero sobre todo nuestro poeta: 

Tomás Morales aparece en el modernismo, y aunque influido por Rubén Darío, pronto se revela como una personalidad poderosa y logra hacer oír su voz de gigante musicalidad, majestuosa y amplia hasta la popularidad. Se hizo famoso. Es el primer poeta canario de fama nacional. Publica Las Rosas de Hércules. Es querido en Madrid por un grupo de amigos: Salvador Rueda, su maestro; Fernando Fortún, el amigo íntimo y malogrado; y Enrique Díez-Canedo, su amigo y crítico mejor, que prologa el libro y contribuye a su fama. La voz de Tomás Morales, henchida de noble retórica, se oyó en América. Tomás Morales se encuentra a sí mismo en la “Oda al Atlántico” o en el “Himno al volcán”; canta con voz grandiosa, innumerable, con cósmico arrebato; colorista y multiforme, en su verso se oye el latir azul y profundo del mar. Sí, del mar, vivido y sentido por vez primera en la historia de la poesía española. 

De la experiencia canaria y del recuerdo de Morales dará cuenta Juan Ruiz Peña en su propia poesía y especialmente en sus evocaciones del mar y del puerto en Libro de recuerdos, de 1946[13]María del Carmen Ruiz Barrionuevo, catedrática de Literatura Hispanoamericana que asimismo ha dedicado importantes estudios a los modernistas canarios, recoge parte de la obra de su padre en Umbrales de la memoria (Salamanca, 2015). Puede verse … Seguir leyendo. Por otro lado, las referencias a Quesada y a otros poetas próximos, las huellas de Salvador Rueda o Francisco Villaespesa, la poesía del mar, como en Ruiz Peña, continúan haciendo presente al autor de Las Rosas de Hércules en ABC y La Vanguardia. Particular interés posee la visión de Tomás Morales y su mundo que da el escritor peruano Felipe Sassone, hoy poco conocido, y que fue amigo de nuestro autor.  

Ciertamente, Felipe Sassone publica «Recuerdo y despedida. Francisco Villaespesa» el 26 de abril de 1936 en las páginas de Blanco y Negro. El poeta andaluz acababa de morir. El artículo ofrece una instantánea del inicio del novecientos, de la bohemia, de un Dorio de Gádex que lo lleva a la casa madrileña de Villaespesa, y de las lecturas e intereses que ocupan a escritores de diverso pelaje. En el artículo destacan con relación a Morales algunas cosas del ambiente tertuliano: 

Había con él [Villaespesa] muchos literatos que conocí entonces: Emilio Carrere, enlutado como un abate, fiel a la pipa verleniana opuesto a los cigarrillos rubios que se ofrecían con profusión en los veladores espiritistas; los literatos americanos, Tulio Cestero y Pedro César Dominichi, que, según supe después, le había traído al poeta, pobre y espléndido, un copioso regalo de tabaco; Eduardo Zamacois, con su cabellera “a la federica”, su sonrisa eterna y su conversación pintoresca; Eugenio Noel, todavía sin renombre, que sacudía, hosco y huraño, sus melenas de león; Felipe Trigo, el novelista erótico, a quien Villaespesa emborrachó en dannuzianismo; aquel malogrado marinista en verso de su “Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico”, que se llamó Tomás Morales, y otros dos poetas, imberbes entonces: Fernando Fortún, que murió en flor, y Cipriano Rivas Cherif…

Es la época en que Morales está todavía en Madrid, cuando entabla amistad con Cherif y Fortún, y el momento  en que se encuentra con el ambiente decadente donde pueden estar colaboradores de la Novela Semanal, como Zamacois, Felipe Trigo, José Francés y el mismo Sassone, y aspirantes a poetas o asistentes a las sesiones espiritistas de Villaespesa. Teosofía y simbolismo, lecturas diversas, vida bohemia, son retratados por Felipe Sassone, buen conocedor de estos ambientes desde su dilatada estancia en París. El artículo de Sassone no solo muestra a los escritores que coinciden en la capital española, sino que, con referencias a Santos Chocano o Vargas Vila, revela el territorio intercontinental de una nueva sensibilidad estética: 

El movimiento poético llamado simbolismo, decadentismo, modernismo, eso que los franceses tomaron de Góngora, y que aclimató fácilmente en América, y de allá vino, con Gutiérrez Nájera, con Díaz Mirón, con Lugones, con Valencia, con Herrera Reissig, con Amado Nervo, y principalmente con Rubén Darío, todo eso tuvo en España reconocimiento, y eco, y realidad, porque casi al mismo tiempo lo inició aquí, con Juan Ramón Jiménez y los dos Machados, Francisco Villaespesa.

 En una serie de artículos de 1926, Sassone evoca su viaje a Tenerife, a Gran Canaria y Lanzarote. Se extiende en describir su experiencia del paisaje y del panorama cultural canario. Alude a Gil Roldán, Diego Crosa, a Francisco González Díaz, a Tomás Morales, «amigo inolvidable de mis juveniles horas madrileñas», y a Domingo Doreste  (Fray Lesco) y a su hijo Víctor Doreste Grande, al pintor Nicolás Massieu y Matos, a Claudio y Josefina de la Torre, a la escultura de Galdós realizada por Victorio Macho, a Romerito (Alonso Quesada) «talentoso y seguro de su arte, a quien no le perdonaron su ironía sus coterráneos», a José Rial «a cuya custodia está encomendado el faro de la isleta»…, y a numerosas impresiones sobre la naturaleza y la historia insulares. Las entregas de estas «Crónicas viajeras» se publican en ABC desde mayo hasta julio de 1926. En ellas, además de alusiones dispersas a Morales, el escritor peruano insiste en la vertiente americana y, ahora, en el vínculo de Canarias y América. Solo dos ejemplos, después de estar «buceando en la historia de los guanches»: «El Guanarteme de Telde es hermano en dolor del Atahualpa peruano, y los héroes de Viana y Cairasco, hermanos de Caupolicán y de Lautaro y de los guerreros de Ercilla…» (1 de junio de 1926), «oyendo la narración [de la princesa Ico y de los guaires], mi manía del parecido americano con las Islas Canarias asimiló (…) que entre los incas también se casaban los hermanos…» (6 de julio de 1926). Sassone, por tanto, cuando establece el panorama literario de Tomás Morales entre América y España, entre los poetas modernistas hispanoamericanos y los escritores españoles, contaba ya con un conocimiento muy cercano de la significación del espacio cultural canario. 

En el dominio de ABC y La Vanguardia no menor relevancia tienen las menciones de Morales en relación con las visiones modernas del mar en la poesía española. La historia viene de lejos. Gerardo Diego había incluido en la segunda edición corregida de Poesía española contemporánea (1934) a Tomás Morales y también al santanderino José del Río Sainz. Durante años, Gerardo Diego aludió al autor de Las Rosas de Hércules, sobre todo cuando establecía diferencias con este otro poeta paisano suyo. Como reconocerá en un programa de Radio Nacional de España en 1957 la lectura de Oda al Atlántico, que Tomás Morales había realizado durante 1920 en el Ateneo de Madrid, le impresionó enormemente[14]Se encuentra en las Obras Completas de Gerardo Diego. Fue recogido también por Antonio Henríquez Jiménez en Escritos y noticias sobre Tomás Morales.

De esta suerte, Gerardo Diego cada vez que trata de establecer la singularidad del autor de Versos del mar y de los viajes evoca al poeta de Las Rosas de Hércules. En «Poetas del Norte: Miguel de Unamuno, José del Río Sainz, Ramón de Basterra» (1923) afirma que del Río «recuerda más bien al bretón Tristan Corbière que al canario Tomás Morales, cuyos versos marinos saben demasiado a mitología y civilización»; en  «José del Río, poeta» (prólogo a la antología editada en 1953) vuelve a puntualizar que «Tomás Morales canta el mar desde la costa y con grandiosas amplitudes de poeta humanista, mitológico». La asociación de Gerardo Diego tendrá fortuna. Así el novelista Juan Antonio de Zunzunegui en «El mar y los poetas del mar», publicado el 5 de noviembre de 1953 en La Vanguardia, vuelve a asociar al poeta canario y al cántabro: «Gerardo Diego destaca modernamente cuatro de los más esenciales: José del Río Sainz, Tomás Morales, Jesús Cancio y Dictinio de Castillo Elejabeytia». 

En la misma senda se expresa Melchor Fernández Almagro. El 18 de octubre de 1953 desde ABC reseña «Antología. José del Río Sainz», y reitera el contraste: «Contra los peligros de la guardarropía modernista y postmodernista le preservó el mar, no solo con su grandeza, sino también con su infinito anecdotismo. Y fuerza es relacionar a José del Río con el gran Tomás Morales, su coetáneo, dado también, con toda su alma, a la seducción atlántica. Pero Tomás Morales prefirió ver y sentir el mar desde la costa, y José del Río, del barco». Poco después, el 3 de septiembre de 1957, Fernández  Almagro vuelve, con «Poesía del P. Bertrán» y desde La Vanguardia, a evocar a Morales en el mismo sentido. Más extenso y laudatorio será del mismo autor «Tomás Morales, poeta del mar»[15]Está recogido en la Suma crítica de Manuel González Sosa.. Pero este texto se halla ya en el filo de una nueva manera de entender al poeta grancanario. Publicado el 18 de junio de  1957, el artículo es en realidad una reseña del libro de Sebastián de la Nuez Caballero, que comenzaba a distribuirse entonces. Tomás Morales. Su vida, su tiempo y su obra se acabó de imprimir, según reza en el colofón del segundo volumen, el 31 de diciembre de 1956. Junto al libro de Sebastián de la Nuez, a la edición de Las Rosas de Hércules que publica el Museo Canario y a la reedición de la antología de 1934 de Gerardo Diego, la presencia de Tomás Morales en ABC y La Vanguardia vuelve a tomar impulso. Así se advierte en «Las Rosas de Hércules» que Francisco Rodríguez Batllori publica el 21 de junio de 1957, en la entrega sevillana de ABC; así, en otro texto de Fernández Almagro, «Crítica y glosa. “Poesía española contemporánea”. Por Gerardo Diego», de ABC, 6 de diciembre de 1959; así en «Los amigos de Gerardo Diego», escrito por Juan Ramón Mosoliver y publicado en La Vanguardia el 8 de junio de 1960. 

Alguna vertiente crítica inesperada, y escasamente presente en el libro de Sebastián de la Nuez, toma entonces fuerza: la vertiente catalana que aparece en las referencias a Tomás Morales de algunos textos de La Vanguardia. Hay, no obstante, un antecedente muy anterior. En la conmemoración del veinticinco aniversario de la muerte del poeta, el día 15 de agosto de 1946, el diario ABC reproduce, con numerosas fotografías[16]Entre ellas, una del conocido retrato de Tomás Morales frente al Atlántico, realizado por Nicolás Massieu., el soneto «Puerto de Gran Canaria, sobre el sonoro Atlántico» y una nota: 

Hoy se cumplen veinticinco años de la muerte del glorioso poeta canario Tomás Morales, uno de los más puros e inolvidables líricos que en la época rubeniana cantaron, con acento propio, la naturaleza. Nació en Moya de Gran Canaria, el 10 de octubre de 1885, y murió en Las Palmas. Fue un gran poeta latino, profundo y fragante, de la estirpe de Verdaguer…

 Es la misma línea catalana que sigue el poeta Lope Mateo en «El mar, persona poética», en La Vanguardia, el 2 de abril de 1957. Mateo reseña, como Fernández Almagro, el libro del padre Beltrán y alude a Gerardo Diego, a José del Río Sainz y a Tomás Morales, pero su visión es más amplia. Así, después de aludir a los escritores clásicos grecolatinos y de evocar a Hölderlin, se despacha de esta suerte: 

Como tema lírico digo, porque en el orden épico, aunque estremecido de emociones subjetivas de un temperamento genial, ahí tenemos La Atlántida, de Verdaguer. Alguna vez me he detenido a considerar, y creo haber escrito, la aparente y doble paradoja de que un hijo del Meditarráneo haya sido el más poderoso cantor del Atlántico y que sea precisamente en lengua catalana donde con más vigor se exalte la más universal empresa de Castilla, una bella simbiosis de hermandad española, ya que a su vez La Atlántida está incorporada a la literatura universal. 

En la moderna lírica española es forzoso destacar el nombre del canario Tomás Morales, el más importante epígono de la generación rubeniana, pero con voz propia robustísima, bien empastada en orquestaciones verbales. Morales es el cantor genuino del Atlántico nativo y de sus islas mitológicas, “las siete iridiscentes lumbreras espectrales”. Murió joven, a los treinta y seis años, pero Las Rosas de Hércules siguen perfumando las brisas del archipiélago como el más alto exponente de la poesía insular. El mar, en cambio, de su coetáneo Ramón Pérez de Ayala —cuyo nombre ha quedado más ligado a la novela que a la lírica— es un complejo de sensaciones pasadas por un filtro filosófico.

También en La Vanguardia, el 19 de mayo de 1960, se sigue este rastro catalán, ahora con Joan Maragall. El diario catalán —ahora La Vanguardia Española—, da cuenta del Homenaje a Joan Maragall celebrado en la sala de lectura de la Biblioteca Central de Barcelona. Asisten al acto de inauguración el dictador Francisco Franco y el Ministro de Educación. El diario, como cabe esperar, habla del «profundo sentido de unidad patria». Pero informa de las intervenciones que siguen: Guillermo Díaz-Plaja lee las cuartillas enviadas por Ramón Menéndez Pidal, escritas en similar tono de convivencia de castellanos y catalanes, al tiempo que habla de «el preciado don del bilingüismo» de Maragall. El poeta José María Valverde, catedrático de estética de la Universidad de Barcelona, justo tres años antes de exiliarse, diserta sobre «Maragall y la ideas estéticas». El escritor, periodista y dinamizador cultural Nicolás González Ruiz, se extiende en su alegato «Maragall y la Hispanidad», qué menos con el caudillo tan cerca.  Pero en medio de su charla «completando una imagen anterior del disertante, afirmó que si España limita verdaguerianamente al norte en el Canigó y al sur con la Atlántida, el este y oeste son circundados por el mar de Maragall»; y enseguida: 

Aludió el disertante a las relaciones de Maragall con escritores españoles no catalanes, como Vicente Medina, Gabriel y Galán o Unamuno, y comparó el acento poético hispánico con el del gran poeta canario Tomás Morales, cantor del “sonoro Atlántico”, para mencionar asimismo la dimensión portuguesa de Maragall, gran  precursor de la alianza peninsular vigente. 

La escenografía política no deja de ser demoledora. Pero ahí está nuestro poeta a la altura de 1960. Melchor Fernández Almagro, igual de próximo al régimen franquista, todavía en 1962 insiste en esta vertiente catalana desde la que se puede observar al autor de Las Rosa de Hércules. El 21 de noviembre de 1962 publica «Poesía de Sagarra» en La Vanguardia y se detiene en comentar La veu de Catalunya y la obra del poeta. Comenta asimismo el encuentro que había tenido en el Ateneo de Madrid, en su juventud, con Sagarra, y de lo que hablaron: 

José María de Sagarra se preparaba para las oposiciones a la carrera diplomática. Pero no hablamos de esto sino de la poesía, del campo, del mar y del pueblo; de Francis Jammes, de Antonio Machado y de Tomás Morales. Muy concretamente, de Verdaguer y de Maragall; de la Barcelona que vio Colón, del Santuario de Nuria, de Montserrat.

Ciertamente, en este simple rastreo por estos diarios y publicaciones periódicas de Barcelona y Madrid podemos hallar numerosos perfiles de la voz y el mundo de Tomás Morales; y aspectos que, aunque cuenten con estudios y aproximaciones, acaso debieran transitarse desde nuevas perspectivas críticas: el diálogo con artistas como Victorio Macho, con Nicolás Massieu y Matos y otros creadores; el esoterismo, el simbolismo y la teosofía que llegaron a todos los rincones de Europa, ya en Néstor o Morales; el encaje generacional y las coincidencias de nuestro poeta con numerosos escritores españoles y, como sugirió Sassone, con los poetas hispanoamericanos[17]En Moralia puede verse el texto de Sergio Constán Valverde sobre la relaciones de Tomás Morales con la bohemia (núm. 12, años 2013-2014); y sobre las relaciones con el dominio modernista, Oswaldo Guerra, «Tomás Morales en Mundial Magazine» … Seguir leyendo; la recepción e influencia de Morales entre los escritores que publicaron a partir de 1927 en el vespertino La Tarde; las afinidades y divergencias, cuando no la evidente huella, en algún poeta de Poesía española contemporánea, de Gerardo Diego, o de sus lectores; la proximidad y diálogo con la poesía catalana, con Verdaguer[18]En  la misma revista Moralia (núm. 9, 2009) puede verse la presencia de los Poemas de la gloria, del amor y del mar en la revista de Tost colors (1908) y, en el mismo número, Aitor Quiney Urbieta destaca cómo Néstor realizó plafones para … Seguir leyendo, Maragall, Sagarra… En cualquier caso, una simple búsqueda en los archivos digitales muestra enseguida que existe una larga estela de textos en los que, de forma más o menos fragmentaria, Tomás Morales y su mundo adquieren diversas lecturas en las décadas que siguieron a su muerte. Morales persiste en España y en América. La recuperación promovida por Sebastián de la Nuez y las ediciones de Las Rosas de Hércules tienen enseguida sus resultados. En la ladera americana[19]En América, a través de antologías o historias literarias, Tomás Morales va a estar presente. Max Aub, Juan Chabás, José María Souvirón y otros lo incluyeron en sus libros. Algunas antologías en las que aparece Morales pueden verse citadas … Seguir leyendo no poca importancia tuvo antes la Antología de poesía española e hispanoamericana (1934), de Federico de Onís, y más tarde la recopilación de los escritos del que fuera uno de sus grandes amigos, Enrique Díez-Canedo. Los lejanos artículos y textos con las ideas de Díez-Canedo sobre Morales reaparecen en Conversaciones literarias, publicada en Joaquín Mortiz en México, entre 1964 y 1965; y aparecen en Estudios de poesía española contemporánea, de 1965. El generoso crítico, colaborador de tantas publicaciones que estuvieron tan cerca de Tomás Morales, había muerto súbitamente en junio de 1944. Un año más tarde su hijo decide imprimir los Epigramas Americanos, un libro excelente. Recoge ahí el poema «A Tomas Morales, en su Atlántico». El periplo de Díez-Canedo ha sido amplio[20]En el bello libro de Díez-Canedo se señalan los sitios a los que llega: Río de Janeiro, Buenos Aires, Santiago de Chile, Lima, Guayaquil, Panamá, Colombia, Curaçao, La Guayra, San Juan de Puerto Rico, Nueva York, Montevideo, Trinidad, Singapur, … Seguir leyendo. Con él, Tomás Morales vuelve y una otra vez al presente, a un lado y otro del mar. Si insistiéramos en buscar la recepción de Las Rosas de Hércules con los actuales medios seguramente, como su amigo Díez Canedo, llegaríamos a lugares imprevistos. 

NOTAS

NOTAS
1 «La unicidad de una vida irreversible e irrevocablemente acabada es precisamente lo que, en el momento de la muerte, nos salva de no ser; ella misma nos saca de las aguas muertas de la nada». L’irréversible et la nostalgie, Paris, Flammarion, 1974, 339.
2 Vladimir Jankélévitch, cit.,  294.
3 El tema lo había tratado mucho antes, en 1900, José Batllori y Lorenzo. En este sentido ha sido tratado por Andrés Sánchez Robayna en «Cairasco de Figueroa y el mito de la Selva de Doramas», Anuario de Estudios Atlánticos, 37 (1991), 239-321. Sobre el autor de «Homenaje al poeta del mar por el pueblo que meció su cuna» puede verse «Conjunto de tarjetas postales de José Batllori y Lorenzo», en el número 9, correspondiente a 2009, en la revista Moralia. Se señala aquí que este periodista nació en Gáldar en 1878 y murió en Las Palmas de Gran Canaria en 1929. Sobre el autor, también, puede verse Candelaria González Rodríguez, José Batllori Lorenzo, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, 2008.
4 Cfr. Eugenio Carmona, «El “arte nuevo” y el “retorno al orden”. 1928-1926», en La Sociedad de Artistas Ibéricos y el arte español de 1925, Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 1995, pág. 49.
5 En la misma revista se había reproducido en el número correspondiente a agosto de 1924.
6 Recogido por Antonio Henríquez Jiménez en su Escritos y noticias de Tomás Morales (1922-1972).
7 El artículo «El hombre en función del paisaje» se publicó justamente en La Tarde, el periódico de Víctor Zurita, los días 16, 17, 19 y 21 de mayo de 1930, y luego pasó al olvido, incluso para Pedro García Cabrera, como pudimos comprobar en las conversaciones que tuvimos con él al final de su vida. Cuando lo hallé en 1981, lo recogí en la Colección LC. Materiales de Cultura Canaria, en diciembre del mismo año, en un número homenaje que llevaba por título Pedro García Cabrera: el hombre en función del paisaje. Más tarde lo recogimos en mi tesina de 1983,  El primer Pedro García Cabrera, que publicaría Jesús Bombín  en 1991 en las Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria. Hoy es de fácil acceso en las Obras Completas (1987) y  en Obra selecta (2005),  de Pedro García Cabrera.
8 Àurea de Sarrà fue una bailarina, en la línea clasicista de Isadora Duncan, muy conocida en España durante los años veinte y treinta. Tuvo una proyección internacional importante, sobre todo en Grecia, donde mantuvo amistad con Kostís Palamás y Konstantinos Kavafis. Estuvo relacionada con el movimiento modernista y, en el momento en que recita los poemas de Morales, era la esposa de José Francés, crítico de arte, escritor y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
9 José Francés ya había dedicado atención a Tomás Morales en la publicación de Poemas de la gloria, del amor y del mar, 1908, como puede verse en la Suma crítica de Manuel González Sosa.
10 En La Vanguardia el 23 de marzo de 1909 había dado cuenta del acto que se iba a celebrar en Barcelona: «Hoy, a las cinco de la tarde, continuando las conferencias que semanalmente celebra la Asociación Catalana de Estudiantes, tendrá efecto la lectura por don José M.ª Pi y Sunyer, de Poemas de la gloria, del amor y del mar, de Tomás  Morales».
11 En El Español. Semanario de la Política y del Espíritu, como ha recordado Antonio Henríquez, publica el 4 de enero de 1947 el artículo  «Poesía y recuerdo de Tomás Morales».
12 Halcón estaba orientada, en la sombra, por el represaliado Fernando González, entonces destinado al Instituto de bachillerato de Valladolid. Luis López Anglada y Arcadio Pardo han hablado de su importancia en los textos preliminares que redactaron para la edición facsimilar de Halcón, en 2003.
13 María del Carmen Ruiz Barrionuevo, catedrática de Literatura Hispanoamericana que asimismo ha dedicado importantes estudios a los modernistas canarios, recoge parte de la obra de su padre en Umbrales de la memoria (Salamanca, 2015). Puede verse aquí no solo a un poeta singular, sino también al lector de Morales en poemas pertenecientes a Libro de los recuerdos, especialmente en «Puerto», «Serena mar» y «Tempestad en el puerto».
14 Se encuentra en las Obras Completas de Gerardo Diego. Fue recogido también por Antonio Henríquez Jiménez en Escritos y noticias sobre Tomás Morales.
15 Está recogido en la Suma crítica de Manuel González Sosa.
16 Entre ellas, una del conocido retrato de Tomás Morales frente al Atlántico, realizado por Nicolás Massieu.
17 En Moralia puede verse el texto de Sergio Constán Valverde sobre la relaciones de Tomás Morales con la bohemia (núm. 12, años 2013-2014); y sobre las relaciones con el dominio modernista, Oswaldo Guerra, «Tomás Morales en Mundial Magazine» (núm. 7, 2007). En la época, en ABC, José Antonio Campuzano publica «Fernando Villalón, en la poesía española» (22 de junio de 1961); ahí reaparece el nombre de Tomás Morales  entre americanos y españoles,  junto a Santos Chocano, Julio Herrera y Reissig, Juan Ramón Jiménez y los Machado.
18 En  la misma revista Moralia (núm. 9, 2009) puede verse la presencia de los Poemas de la gloria, del amor y del mar en la revista de Tost colors (1908) y, en el mismo número, Aitor Quiney Urbieta destaca cómo Néstor realizó plafones para el salón del Tibidabo sobre temas de La Atlántida y Canigó, de Jacinto Verdaguer. Asimismo puede verse Aitor Quiney Urbieta, Néstor: crítica y contexto de su obra, Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, 2017. Sin duda, existe un trabajo de Josep Miracle, «Verdaguer, el Atlántico y la Atlántida», publicado en el número 6 del Anuario de Estudios Atlánticos (1960), pero nada dice de Tomás Morales ni de sus lecturas de La Atlántida. Sin embargo, Gabriel Alomar aludió a Verdaguer en un artículo de 1920, como mostró Sebastián de la Nuez; se halla recogido en Suma crítica, de Manuel González Sosa.
19 En América, a través de antologías o historias literarias, Tomás Morales va a estar presente. Max Aub, Juan Chabás, José María Souvirón y otros lo incluyeron en sus libros. Algunas antologías en las que aparece Morales pueden verse citadas en Moralia, núm. 2, año 2003.
20 En el bello libro de Díez-Canedo se señalan los sitios a los que llega: Río de Janeiro, Buenos Aires, Santiago de Chile, Lima, Guayaquil, Panamá, Colombia, Curaçao, La Guayra, San Juan de Puerto Rico, Nueva York, Montevideo, Trinidad, Singapur, Manila, Bali, y ya en el final de su vida, México. Al paso de Las Palmas de Gran Canaria, tras su primer viaje americano, escribe el poema «A Tomás Morales, en su Atlántico», con el que concluimos nuestra intervención en la Casa-Museo Tomás Morales: «Tomás, aquí en tu casa contigo al fin converso. / Ya no me abres los brazos, amigo, en el umbral. / Ya solo puedo decirle al mar tu verso: / a este mar que lo ha ungido con su yodo y su sal».