Presentación de CRÓNICAS DE ALONSO QUESADA por Cecilia Domínguez Luis
Alonso Quesada, seudónimo de Rafael Romero Quesada, nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1886. Desde muy joven trabajó como periodista, lo que compaginaba con un trabajo de oficinista en dos Casas Comerciales inglesas y, finalmente, en la Junta de Obras del Puerto.
Cultivó todos los géneros literarios y es una de las máximas figuras del Modernismo canario (o, más exactamente, del postmodernismo) junto a sus amigos Tomás Morales y Saulo Torón.
Dejó inédita la mayor parte de su obra que sería editada después de su muerte. Sólo pudo ver publicados: Crónicas del día y de la noche (1919), la Umbría (1922) y libro El lino de los sueños, editado en 1915, que fue muy alabado por Miguel de Unamuno, quien escribió su prólogo.
Muere en 1925, víctima de la tuberculosis.
(Para ver más información sobre el autor pueden dirigirse a Archipiélago de las letras, en la página web de la ACL)
Vamos a leer dos Crónicas de las muchas que el autor publicó en la prensa de Las Palmas. Una de ellas se titula Al Pino y la otra Yo creía…
En la primera, que pertenece a las Crónicas escritas entre 1916-1919 hay una mirada irónica hacia esa suerte de “obligación” de ir a la fiesta del Pino , que es, en palabras de Quesada «como una especie de Ramadán mahometano»
Yo creía… pertenece a las Crónicas escritas entre 1921 y 1924 y critica la costumbre de algunos canarios, personificado, en este caso, en el señor Monagas, de «creer en cosas ya pasadas y nadie se cree. Así, si se muere Robaina, exclamará Monagas: “Homnre, yo creía que Robaina era un hombre fuerte”».
En estas crónicas, como en todas las demás de Quesada, una de sus características principales es la agilidad junto a una sinceridad espontánea. Quesada busca los rasgos más pronunciados de la sociedad capitalina en la que vive, de tal forma que llega a rozar la caricatura, dada su visión irónica y crítica que mezcla, inteligentemente, con un toque de sentimentalidad.
Al pino
Todos los jóvenes horteras van a la fiesta del Pino. Todos los jóvenes oficinistas van a la fiesta del Pino. «¿Tú vas a la fiesta del Pino?» Ir a la fiesta del Pino, significa tener un pañuelo de seda color ocre, y un tartanero amigo a quien se le pregunta: «¿Cuánto nos llevas por llevarnos el día del Pino a Teror?» Y que el tartanero conteste: «Ese día, don Juan, son seis duros, pero por ser a usted lo llevaremos en cinco. Pero dígame si van para no comprometerme y preparar otro caballo.»
Hay jóvenes que van hacia el porvenir, otros que van hacia el bienestar y otros que van al Pino. Ir al Pino es más fácil y desde luego más barato, aunque sea un día de los llamados caros.
Toda persona se supone que ha estado en el Pino el año pasado.
-«¿Usted fue al Pino?»- «Este año, no; pero el año pasado sí estuve.» «Pues este año había más gente.»
-«No lo creo. Si usted llega a ir el año pasado.»
No se puede contar con ninguna persona la víspera del Pino.
-«Conmigo no cuenten mañana, que voy al Pino con unos amigos.» – Todo se hace pasado el Pino. Las vacaciones de los chicos terminan con ese día; y si hay algo en proyecto esos días, se tendrá que dejar para después del Pino. -«Cuando pase el Pino nos ocuparemos de eso.»
El Pino debiera ser el 31 de Diciembre, para los insulares. Después del Pino empezar el nuevo año y decir. -«Año nuevo, vida nueva.» Después del Pino la vida suele tomar otro rumbo en la isla. Después del Pino se vislumbre la luna nueva, que es esperada con gran ansiedad. Cuando acaba el Pino, la gente se pone contenta para trabajar y volver a la vida ordinaria. Es el Pino para los insulares como una especie de Ramadán mahometano con un buen sentido católico: El Pino es tan inevitable como una casa que están que están terminando en la plaza de Santa Ana. Es preciso que pase el Pino para poder equilibrar nuestro corazón y nuestro pensamiento.
Nosotros no hemos ido nunca al Pino. Todos los años hacemos el propósito de ir. Pero decimos todos los años: -«Y a mí que me gustaría ir al Pino.» Y no vamos, sin embargo, pues si llegamos a ir, ¿cómo podremos decir esta frase tan hermosa, tan isleña, tan invariable: «Y a mí que me gustaría ir al Pino.»
[F. C.]
Yo creía
El señor Monagas se ha tropezado con nosotros en la calle y nos ha dicho: «Hombre, yo creía que estaba usted en el Monte» … Después ha añadido: «Yo creía que usted no era hombre de Pascuas…» Y más tarde: «Yo creía que usted pasaría esta fiesta en el campo…»
Luego se ha separado de nosotros dejándonos el pequeño rastro de un comentario.
Monagas es el amigo insular que cree. Si estamos sanos nos parará en la calle para decirnos: «Yo creía que estaba usted malo» Si nos sentamos en la Plazuela, exclamará: «Yo creía que estaba usted de viaje» Y si venimos de viaje creerá que no habíamos salido de la Plazuela.
Todos los mismos asuntos locales los enfoca el amigo Monagas con esta creencia. Un día ocurre un suceso político y el Sr. Monagas no se ha enterado. Este asunto se desarrolla un poco oscuramente y Monagas comenta furioso hasta que un amigo le aclara el concepto. Entonces Monagas, sorprendido exclama: «Y yo que creía…»
Realmente, él no cree nada hasta después. Pues, si una persona es ladrón, en tanto que no lo es oficialmente Monagas no se entera. Cuando el ladrón es cogido, sin sorpresa de nadie, Monagas explica: «Hombre, yo creía que don Fulano era una persona formal».
Monagas ha nacido para tener esta pequeña personalidad de creyente. A él no le interesa nada en la vida más que creer, en un momento dado, cosas pasadas y que nadie cree. Así, si se muere Robaina, exclamará Mongas: «¡Hombre, y yo creía que Robaina era un hombre fuerte!»
Monagas cree que el criminal es honrado y que el ladrón no roba, para poder decir luego que él creía en la honradez de dichos personajes y de este modo justifica su existencia.
Monagas ha inventado para sí, sin él saberlo, muchas leyes, muchos reglamentos, muchas costumbres… «¡Hombre, yo creía que la ley era terminante en esto!», dirá desconcertado, «¡Hombre, el reglamento debe tener tal cosa!», y cuando ve que no la tiene rectifica impávido: «Yo creía …» Y si al señalar una especie, se habla de que en Pernambuco la gente tiene un pie saliéndole de la coronilla, Monagas se resignará tranquilamente y dirá: «Pues hombre, la verdad, yo creía que allí era como aquí…»
Un día se morirá Monagas y entonces lo sustituirá Galindo, empezando a decir en la Placetilla de los Reyes delante del ataúd de Monagas:
-«¡Ya ustedes ven. Yo no sé por qué yo creía que este hombre no se iba a morir nunca!»
Y no sabe Galindo que ciertamente no ha muerto Mongas, que se repite infinitamente como los patitos del anuncio de «foiegrás».
[M. M.]