Chona Madera Pérez, nacida en Las Palmas de Gran Canaria, se constituye como una de las grandes escritoras que han contribuido de manera notoria al panorama cultural isleño. Su profusa labor literaria se caracteriza por proyectar con verdadera transparencia y emotividad sus más hondas creencias y sus sentimientos más depurados. De este modo, consigue conectar con todo aquel que se adentre en ese mundo poético que nos ofrece y que nos envuelve −de manera natural y con gran riqueza expresiva− en los paisajes del alma. Madera nos aporta un nuevo modo de entender la poesía, lo que la sitúa en un lugar preferente en el conjunto de nuestras letras canarias y, muy especialmente, como claro referente de la poesía hecha por mujeres en la posguerra.
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Ascensión Madera Pérez, conocida como Chona Madera, nació en Las Palmas de Gran Canaria el 13 de abril de 1894 [1]La fecha de nacimiento de la poetisa ha venido dándose con varias opciones y con muchas imprecisiones, siendo la más habitual la de 1901, aunque se han barajado otras muchas. En este caso, se ha considerado que el año 1894 parece ser la fecha … Seguir leyendo Con esta fecha se resuelve uno de sus grandes misterios, puesto que es habitual encontrar distintas referencias de su nacimiento (1893[2]Se tiene en cuenta junto con la de 1894 por algunos investigadores, entre ellos María Rosa Alonso., 1901[3]Fecha que ha venido dándose por válida por la mayoría de los investigadores. y 1910[4]Fecha que erróneamente figura en su partida de defunción.). Esto se debe a que se sabe muy poco sobre la vida de la escritora canaria, apenas se encuentran datos biográficos, a excepción de algunas cartas y testimonios de amigos, además de lo que puede deducirse de la realidad que se desliza en su obra literaria.
Chona Madera fue bautizada el 19 de abril de 1894 en la parroquia de Santo Domingo de su ciudad natal, con el nombre de María de la Ascensión del Rosario Hermenegilda Madera Pérez, hija de Domingo Madera Artiles y de María de la Ascensión Pérez de León[5]Sus abuelos paternos, Domingo Madera González y Catalina Artiles y Arbelo, eran oriundos de la Villa de Agüimes, y los maternos, Juan Pérez Ramos y Micaela León y Vega, de Las Palmas de Gran Canaria.. Su infancia transcurre en el barrio de Vegueta, en el domicilio familiar que tenían en la calle San Marcos, y que se recuerda en el poema «Las calles de Vegueta»:
OH las tranquilas calles: las calles de Vegueta,
por las que mi niñez anduvo jubilosa.
Oh mirada, que a un tiempo infantil me devuelves,
donde solo lo hermoso conocía, de las cosas.
Tal eran en ti, siguen las casas señoriales.
Tal sigues, como cuando a saltos, te recorría.
Yo era una niña alegre, de charla rumorosa.
Ninguna me ganaba a cuentos y fantasía.
(Continuada señal)
Antes de darse a conocer como escritora, era habitual su participación activa en actos culturales y acontecimientos sociales, sobre todo de canto y recitado, mostrando así un gran interés por todo lo artístico. Tras la publicación de su primer libro, en 1944, Chona Madera tendrá una presencia continuada en periódicos y revistas, tanto locales como nacionales y extranjeros: Mujeres en la isla (1953-1964), Gánigo (1953-1969,) Diario de Las Palmas (1953), y Alaluz (1969-2001), entre otros. Poemas suyos encontramos también en Poesía Hispánica (Madrid), Caracola (Málaga) o Azor (Barcelona) y también encontramos su firma en Mensaje (Tenerife, 1945-46) y en los pliegos poéticos dirigidos por Pino Ojeda, Alisio, «El último color» (noviembre de 1952) en la que aparece el retrato que le hiciera Juan Ismael. En 1945, el joven escultor Esteban Saavedra había realizado el único busto que se conoce de la poeta.

Son dos los espacios que marcaron la vida de la escritora, el primero, como no puede ser de otro modo, la isla que la vio nacer, y el segundo, Málaga, lugar al que se había trasladado tras la muerte de una de sus hermanas y donde residió en distintas etapas de su vida (la última, desde 1970 hasta 1979). Al fallecer otra de sus hermanas, regresa a Gran Canaria, donde muere al año siguiente, el 10 de octubre de 1980.
A pesar de la distancia, quiso dejar constancia en sus versos de ese periodo que pasó lejos de su tierra natal, por la que sentía una gran añoranza que reflejaba de forma recurrente y expresiva. Esto se puede apreciar en poemas como «Canción del regreso», «En cualquier latitud, en cualquier viento…» o en «A ti luminosa tierra mía canaria», en el que se pueden leer estrofas como esta:
—Por cuanto eres en mí, tierra de Isla,
tierra mía.
Por cuanto eres desde ti misma,
¡qué eterno afán de retorno!
¡Qué vastísimo continente en este peregrinarte
en que vivo!
Por ti,
en una inmensa nostalgia mis días se consumen.
(Los contados instantes)
Resulta curioso, sin embargo, cómo la autora cambia su percepción con respecto al espacio isleño, pues antes de su viaje a Málaga mostraba un sentimiento de aislamiento y soledad unidos a unas ansias de liberación de dichas sensaciones (esto se hace visible en el poema «Hasta cuándo») y, en cambio, una vez lejos, aparecen con frecuencia los poemas que hacen alusión al deseo de volver a su isla y a la añoranza que experimentaba estando lejos de ella. Son interesantes en este sentido las palabras de una amiga íntima, con motivo de su fallecimiento, recogidas en un testimonio del periódico La Provincia: «por su tierra sentía un inmenso amor. […] añoraba día a día su bendita tierra canaria, la nostalgia la invadía de tal forma que a veces la hacía enfermar […]»[6]Mujica, 1980..
Entre 1944 y 1979 publica todo su repertorio literario, que se inicia con la edición de El volcado silencio, dirigida por Juan Manuel Trujillo en la colección Ginoeceum Canariae Minarvae, paralela a la Colección para 30 bibliófilos (1943-1945). Su poesía (personal, intimista, sensible e intuitiva) se desvincula de la tendencia poética garcilasista imperante y de la poesía social que arrancará años más tarde con la Antología cercada (1947), otra de las publicaciones de Juan Manuel Trujillo. Así pues, con Chona Madera nos encontramos con una de las poetas canarias pioneras en el despertar de posguerra, aunque por fecha de nacimiento se corresponda con los escritores anteriores (que nacen del modernismo y se dirigen hacia las vanguardias), su escritura se enmarca dentro del contexto que comienza a partir del año 39. La primera edición de El volcado silencio, de cincuenta ejemplares firmados y numerados, será reeditada un mes después, con una tirada de 200 ejemplares. En 1947, se lleva a cabo la segunda edición en Madrid, que confirma el éxito de la obra. Pedro Perdomo Acedo, motivado por la reciente publicación de la autora, dictará su conferencia «Poesía y volcado silencio», el 13 de abril de 1944 en el Museo Canario, en la que hace una extensa reflexión sobre la poesía a partir del libro de Chona Madera y que comenta lo siguiente sobre su obra:
Quienes conozcan esta composición del «Volcado silencio» convendrán conmigo en que es una de las más hondas dramatizaciones del corazón femenino que haya en toda nuestra literatura y que revela una concentración espiritual tan profunda, y nos transmite una vibración entrañable de tal categoría, que pudiéramos mostrarla digna de figurar en la más rigurosa colección antológica.[7]Perdomo Acedo, 1947: 66.
Su primera creación literaria, al pertenecer a una época de madurez vital, sienta las bases de su trayectoria poética, marcando unos pasos esenciales que continuará en las siguientes producciones. De la gran aceptación que tuvo la obra quedan muestras en las reseñas de escritores como Luis Doreste Silva, Ángel Johan o Sebastián Suárez León. En definitiva, por su particular idiosincrasia, la autora conquista «un lugar destacado en nuestro parnaso regional»[8]Perdomo Acedo, 1944..
Aquellas críticas iniciales dieron testimonio de lo que habría de ser su obra poética, compuesta por ocho poemarios que, a pesar de las diferencias que puedan tener[9]El conjunto de poemarios de Chona Madera presenta tal unidad temática y emotiva que se ha considerado oportuno analizarlos de forma conjunta, atendiendo a los temas principales que aparecen de forma general., coinciden en que son pura expresión y sensibilidad: El volcado silencio (1944), Mi presencia más clara (1956), Las estancias vacías (1961), La voz que me desvela (1965), Los contados instantes (1967), Continuada señal (1970), Mi otra palabra (1977) y Obras completas (1979). Es necesario mencionar que su obra Los contados instantes fue reconocida con el tercer Premio de Poesía Tomás Morales (Las Palmas de Gran Canaria) en el año 1966 y que se publicaría con muchísimo retraso −con el consecuente disgusto de la poeta−. Por último, se debe hacer hincapié en que nuestra escritora ha sido incluida en diferentes antologías como, por ejemplo, la de Carmen Conde[10]Poesía femenina española viviente, Madrid: Ediciones Arquero, 1954., la de Luis López Anglada[11]Panorama poético español 1939-1964. Historia y Antología, Madrid: Editora Nacional, 1965., la de Sebastián de la Nuez Caballero[12]Poesía Canaria 1940-1984, Interinsular Canaria, 1986; y Antología de la poesía canaria del siglo XX. Contemporary Poetry from the Canary Islands, Forest Books, 1992. y la de Luzmaría Jiménez Faro[13]Poetisas españolas. Antología general. Tomo III. De 1939 a 1975, Madrid: Torremozas, 1995., entre otras.

Si se atiende a la parte más personal, cabe destacar su gran apego a la familia (especialmente el maternal y fraternal) y a los amigos, que se hace evidente en las numerosas dedicatorias de sus poemas y en los temas de los mismos. Además, son muchas las muestras de su carácter afable, cariñoso, sensible y compasivo; algunas de ellas han quedado inmortalizadas en los periódicos, en los que puede leer lo siguiente:
A todos nos demostraba un gran cariño, sobre todo a mi hijo el más pequeño, […] al que siempre llamó ‘mi niño’, […] su alma noble tan solo pensó en dar, en dar alegría, en llevar un poco de felicidad a los pequeños, a los que ella les daba toda su ternura[14]Josefa Mujica, art.cit.
[…] dotada de una expresión en la que se ve reflejado todo un mundo interior sensible hasta el extremo
No es fácil encontrar quien cuente con tantos amigos […]. Son aquellos que no hablan del fútbol, ni del chalet que han estrenado, ni de su cuenta bancaria, ni de la noticia erótica, ni del cotilleo usual, ni del odio, ni del rencor, ni de la envidia. Amiga de los que le hablan de Machado, al que ella nombra con fervorosa veneración […]
[15]Texto recogido del Diario de Las Palmas, 18 de enero de 1980..
Si se tuviera que elegir una palabra que definiera toda la obra Chona Madera sería sin duda alguna la palabra memoria, su poesía es una presencia constante de recuerdos. Toda su escritura se encuentra envuelta por ellos: el recuerdo del hogar, de la familia, de la isla natal, de los espacios con los que se ha sentido vinculada, del amor, del primer beso, de los amigos presentes, de los amigos idos, etc. El recuerdo de la emoción se refleja en sus versos de una forma totalmente sencilla y natural, conformando un camino que nos lleva a desandar en su memoria un mundo de experiencias hechas poesía. Esa emoción es la base sincera de su creación, un sentimiento emocionado de una persona altamente sensible. A través de la palabra, consigue transportarnos a tiempos concretos y, a la vez que logra transmitirnos sus vivencias, nos hace partícipes de ellas. Así pues, el pasado marca el discurrir de su escritura y está tan presente en la mente de la escritora que la hace encontrarse continuamente viviendo en el ayer y lamentándose por no poder volver a experimentar esos momentos evocados, momentos que duraron un instante, pero que, gracias a su poesía, serán eternos:
Cual un niño perdido, memoria, a ti me entrego.
[…]
No todo se ha perdido, que voy contigo ahora
y oigo las mismas voces de los tiempos felices;
de las sombras se alza la casa en que he soñado,
que por ti todo vuelve […]
todo vuelve a endulzarme las nuevas cicatrices.
(Las estancias vacías)
Como señala Pedro Perdomo Acedo en la conferencia ya referida, «Poesía y volcado silencio», «hay nubes de antaño que humedecen con el fruto de sus aguas […] porque lo característico de la poesía es hacer llover a las nubes de antaño». Teniendo en cuenta esto, es importante mencionar que el dolor marcó por completo su vida, dejándole una profunda huella de la que probablemente no consiguió recuperarse y haciéndole perder muchos de sus sueños e ilusiones (algo que también recuerda en su obra). Es por esto que la pérdida de los sueños −los sueños rotos− constituye un tema recurrente en su poesía: cómo su infancia y su primera juventud, llenas de sueños, fueron perdiendo por el camino ideales y pasiones, cómo se fue sustituyendo esto por vacío y soledad (ese vacío en el que también encontramos sus ansias maternales no experimentadas). Sin embargo, Chona Madera consigue llenar ese hueco a través de la evocación: al revivir instantes señalados de su vida consigue paliar ese sentimiento de soledad tan arraigado en la personalidad de la poeta. En definitiva, se aferra a un tiempo que ya no volverá como bálsamo para aliviar las penas del presente. El poema «Amor colegial» es un ejemplo de regresión del pasado, que se ve siempre desde un punto de vista idealizado y positivo; tal vez el tiempo del refugio a un presente que no se corresponde con las expectativas soñadas:
Soñé con el colegial:
yo salía del colegio,
y soñé con su mirada
tímida dulce y sin fuego;
[…]
La tarde era toda blanca,
como era blanco mi sueño.
La tarde me hizo soñar
que no era el tiempo ligero.
(El volcado silencio)
Los versos de Chona Madera parecen recrear perfectamente aquello de «cualquier tiempo pasado fue mejor», pero, aunque recurrir al pasado para refugiarse del presente suele ser un mecanismo muy frecuente en la autora, la infancia es una etapa que le interesa especialmente. Concebida como un mundo ideal o un paraíso perdido («Allá, donde todo era azul como la infancia era»[16]De «Uniformada seriedad», en Las estancias vacías.), la visión de este periodo se caracteriza por la ausencia de preocupaciones, responsabilidades, la inexistencia del dolor, los sueños… En definitiva, se plasma la sensación de un mundo idílico, justo antes de que llegaran los tormentos, las vivencias intensas, los sentimientos −intensos también− que la hacían vivir los mínimos detalles de forma impetuosa. De este modo, volver al universo infantil es muy común en su escritura porque ese momento representa la felicidad absoluta. El paso del tiempo no es visto como una evolución positiva, pues considera que en la edad temprana tenemos una mirada diferente, más inocente, intuitiva y pura («como un tierno corazón de niño»[17]Líneas del poema que dan nombre a la composición («Como un tierno corazón de niño»), sacados de la obra Mi presencia más clara.), que vamos perdiendo con el transcurso de los años. Ver con ojos de niño es de los aspectos más valorados para la poeta, así como no olvidar al niño que fuimos; esa es, quizás, una de sus grandes esperanzas. No cabe duda de que se busca ahí, en ese momento, en la visión pura e incorruptible, la verdadera emoción de aquella que vive todo por primera vez, que despierta a un mundo nuevo en cada amanecer. Así, son muchos los temas relacionados con ese tiempo en que podía disfrutar de un sentimiento de plenitud al lado de sus seres más queridos, en los que se puede apreciar cómo el recuerdo de días señalados −como, por ejemplo, el día de Reyes−, de sus objetos personales, de sus juguetes o de su familia se convierten en un motivo frecuente. El poema «Cinco de enero» nos transporta hacia su experiencia de niñez al mismo tiempo que se lamenta porque ese tiempo ya no vaya a regresar:
Hoy son otros los caminos
Menos hermanos, la casa…
Solo una vez, solo una
La alegría de la infancia
El latido de mis sienes
Cabalga que cabalga,
Un imposible horizonte,
Alta nube, sueño… nada.
(El volcado silencio)
Por tanto, volver al mundo infantil es acudir al lugar sagrado de protección, como quien se cobija en el útero materno o en las tierras de Nunca Jamás, donde nuestras sensibilidades se encuentran a salvo, donde el cariño y el amor de la familia son la esencia del vivir y del soñar. La vuelta a la infancia, llena de experiencias intuitivas, aprendizajes, juegos, cantos y risas, también se hace visible en la siguiente estrofa del poema «La edad madura…»:
La edad madura
traerá lo mejor.
Mas yo, si prefiero,
es la del error;
cuando no se sabe
casi qué es pensar,
y el impulso es todo:
¡correr y cantar!
¡Qué pena, recuerdos
de aquellos tesoros:
la cuerda, la comba,
y el corro sonoro!
(El volcado silencio)
Resulta habitual que su escritura se encuentre teñida de nostalgia y tristeza. Los siguientes versos pueden servir de muestra de ese posicionamiento poético de nuestra escritora: «Lleno está el recuerdo; bello es el desfile. Pero siempre, siempre, hubo un algo triste. Tras de cada cosa, una honda inquietud» («A la blanda puerta»); «Hay algo que me encadena al manantial del sufrir» («Lo cierto es que soy así»); y es que, probablemente, tenía una gran tendencia a experimentar ese sentimiento. Tal vez sea la tristeza una compañera de viaje de Chona Madera porque ella misma era consciente de que percibía el mundo con matices de dolor y melancolía, lo que se refleja perfectamente en su poesía, impregnada de una gran sensación de nostalgia, vacío e insatisfacción:
Y este tejer de ensueño
de un motivo distante;
y esta ansia insaciada
de un alma toda miel;
y esta monotonía
de las horas del día,
de las noches,
y del amanecer;
[…]
¡Mi alma,
el manantial sabe
de la tristeza!
(El volcado silencio)
En relación con esto, es preciso hacer referencia a las palabras de Ángel Johan, en su reseña a la primera publicación de la autora: «Se ha dicho que el dolor hace poetas. […] Hace poetas, porque el dolor es un introvertido mirar al mundo exacto que es nuestro ser»[18]Johan, 1944.. Esta visión también fue apuntada por Pedro Perdomo Acedo, quien afirmaba que «cuando Chona Madera piensa en su vida pasada, se da cuenta de que no ha sido hasta entonces sino su dolor y su queja» [19]En «Poesía y volcado silencio», art. cit.. En efecto, además de la tristeza, se observa el influjo de la angustia, el dolor atormentado, y el lamento de sus penas, aspectos que tienen bastante presencia en las líneas de la escritora:
Acaso sin querer
derramó tanta hiel sobre mi alma,
que apenas daba tiempo a reponerme.
Es tan grande la brecha de la herida
que toma del espacio, y ya es el aire.
Por donde quiera que mi vida vaya
los bordes del camino tendrán sangre.
(El volcado silencio)
Sea como fuere, la voz de Chona Madera proviene de un íntimo y profundo sentir en el que casi siempre se colaban el dolor y la tristeza; no obstante, lejos de ser esto un inconveniente, es precisamente lo que le da un marcado carácter a su escritura. La tristeza la acompaña en sus viajes y en sus versos desde el primer instante, formando parte de su propia esencia:
Llanto mío, eterno.
He de morir, y sé
que has de seguir tú, llanto.
Desde que tengo idea
de haber visto mis ojos,
los encontré… llorando.
(El volcado silencio)
Asimismo, el hecho de que reflexionara sobre ciertas cuestiones que generaban en ella ese tipo de pensamientos llevó a la autora a buscar refugio en la poesía, a esto se deben quizás sus primeros versos, su acercamiento a la escritura («y eran ya mis versos…y eran ya mis penas […] que ya iban llamando […] a la blanda puerta… de mi corazón»[20]De «A la blanda puerta», de El volcado silencio.). Encontrar en la poesía un medio para poder dar rienda suelta a todo ese manantial de emociones –y de tristezas– que la acompañan en su día a día fue tal vez la mejor manera de convivir con su dolor. La aproximación a la escritura como forma de liberar su yo interior, como forma de expresar su cosmovisión, fue con toda probabilidad uno de los mayores descubrimientos de Chona Madera, lo que le permitió dar forma a ese hermetismo que llevaba internamente. Publicar y dar a conocer esos mundos que venía guardándose amorosamente en su interior, la decisión de volcar ese silencio, abrió definitivamente las puertas a un diálogo personal y literario que ya no habría de detenerse.
Por otra parte, su grandeza reside en superar el dolor sin que el dolor sea el que domine, pues es curioso observar cómo el daño que había experimentado no la insensibiliza, sino que, por el contrario, consigue, mediante la empatía y la fraternidad, conformar su forma de ser, siendo capaz de conectar con el dolor ajeno de una manera extraordinaria, haciéndolo suyo. En «Lo fraterno» se observa esa gran capacidad de conexión con ese sentimiento compasivo:
Mía es siempre la pena de todo el que padece;
del que sortea en derrotas las mares encrespadas;
del que trajo en herencia una triste locura,
y el que, sin culpa alguna, lleva muchas, lloradas;
del que se cree solo por ignorar que soy
la dulcísima hermana que comparte su suerte;
del que sufrió en silencio la zarpa de la muerte;
y el que lloró sin tregua por su pupila ciega.
Todos: en hospitales, en leproserías,
los sedientos nómadas que cruzan los desiertos
junto con los que en cárcel cumpliendo estén condena,
¡sabed, mis hermanos, que en la noche,
en las horas más tristes, si escucháis,
mi corazón, que ha huido del personal problema,
en fraternal latido, junto a los vuestros suena!
(El volcado silencio)
Una de las características que más se han destacado de su obra es el carácter elegiaco de su poesía. Las despedidas a las que tuvo que enfrentarse por la muerte de seres queridos son una constante en los versos de la escritora canaria, no en vano ha sido considerada por muchos estudiosos de su obra como «una poetisa esencialmente elegíaca»[21]Así se refiere Sebastián de la Nuez en el prólogo que hace a sus Obras completas (1979): «Esto no obsta para que, como otros grandes poetas vitalistas y nostálgicos, como Villon, Garcilaso o Antero de Quental, sea una poetisa esencialmente … Seguir leyendo. Además, en ocasiones trata el tema de la muerte con bastante crudeza y realismo (por ejemplo, en el poema «Los labios del poeta»), como si la familiaridad que llegó a sentir con ese tema la llevara a nombrar sin tapujos ni encubrimientos las duras sensaciones que se experimentan en esos momentos tan trágicos. De esta manera, la muerte tiene un peso significativo en sus poemas, quizás sea el motivo más visible de todos, pero esto no deja de estar vinculado con el recuerdo, pues siente que recordar a sus seres queridos es una forma de traerlos al presente (o de viajar con ellos al pasado) y, por tanto, de no olvidarlos. De este modo, enfrentarse a lo largo de su vida a situaciones relacionadas con este hecho le imprimió a su existencia una atmósfera de nostalgia y de dolor que refleja en gran parte de sus creaciones. Con todo, el dolor por la muerte constituye en la autora una fuente de amor inagotable, un «dolor que se ha hecho amor definitivo», como señala Pedro Perdomo Acedo, o «[…] un modo persistente de amor hacia los que, entre nosotros, fueron…», como explica la misma autora.
Si hay algo que resaltar de la obra (y de la personalidad) de Chona Madera es su extrema sensibilidad, que envuelve todos sus poemas («poesía honda y auténtica» como indicó Miguel Pérez Ferrero). Esta singularidad hace que vea el mundo de una determinada manera, le configura una mirada personal que podemos conocer (al menos en parte) a través de sus versos. La poesía de Chona Madera es un fiel reflejo de su alma soñadora, idealista, nostálgica, melancólica, sensible y apasionada. Su entrega y su carácter empático fueron capaces de hacerla crear versos que destilan una desmesurada forma de sentir. Además, es interesante traer a colación las líneas del poema «El cuadro inacabado», «¡Dichoso tú que tienes el alma de madera!», que recuerdan tanto a los versos de otro poeta hipersensible, aquel que prefirió el sentir de «la piedra dura». Es posible que esta forma de ser la llevara, si no a cierto aislamiento, a saberse distinta con respecto a la mayoría y, sobre todo, a sentirse incomprendida, así podemos apreciarlo en el poema «¿De qué país yo vine?»:
¿De qué país vine,
que no me han comprendido?
¿Habré idealizado, hasta errar,
el camino?
Yo llevaba, llena de claridad,
la frente;
y en el pecho,
una estrella refulgente;
nadie, nadie la vio;
que todos me decían
que en mis modos había
algo que en este mundo
no servía.
(El volcado silencio)
Los versos anteriores abren la puerta a otro de los temas fundamentales de la escritora: el idealismo frente al realismo. Esta confrontación (visible en estos versos del poema «Solo»: «Tierra, en eterno contacto con mis pies. Corazón, que te subes a lo alto. Y esta angustia de lucha en el pecho atribulado») la llevó a estar añorando constantemente aquello que una vez tuvo y fue perdiendo por el camino, sus sueños. De esta manera, la pérdida de las ilusiones es uno de los ejes centrales de toda su poesía, pues su forma de sentir y de concebir el mundo la llevaron a sufrir una serie de decepciones de las que no se recuperaría jamás. Así podemos verlo en unas líneas del poema titulado «Pasión que dolorida…»: «Todo es desencanto fatal […] la realidad es daga que os cortará el torrente de las venas […] os quemará las alas […]». Quizás sea esa pérdida de sueños la que la hace volver continuamente a aquella época donde se mantenían puros: la infancia. Y quizás sea esa idealización la que le permitió sobrellevar el realismo diario. Esto se puede observar en muchas de sus composiciones, pero tal vez sea «Vencidas mis rebeldías» la más representativa de esta temática:
Vencidas mis rebeldías
heme toda mansedumbre.
De tanta renunciación
Llevo el corazón sin lumbre.
¡Ay, la espera
de las horas no llegadas!
¡Ay, los días,
y su yunque, y la verdad
que truncó mi fantasía!
Llorando voy por mis sueños,
que solo sueños tenía…
(«Vencidas mis rebeldías», El volcado silencio)

El amor también está presente en los versos de la escritora canaria. Al hablar de esta cuestión se hace necesario mencionar que la tragedia marcó la vida amorosa de Chona Madera al perder al que fuera su pareja durante la guerra civil española (son relevantes en este sentido poemas como «Los labios del poeta» o «Sin alarde»). Como consecuencia de esto, el amor y la muerte van de la mano en su obra, llena de un profundo dolor y una melancolía que emanan de sus versos. Convivía con la desilusión y así lo volcaba en el papel. Además, es importante indicar que el sentimiento amoroso está planteado desde un punto de vista pasado, casi nunca desde el presente, lo que resulta muy revelador y significativo. Lo cierto es que, en lo relacionado con este tipo de temática, no encontramos en la poeta emociones vividas de forma plena y feliz porque siempre se puede intuir la sombra de sensaciones ligadas a la tristeza y la melancolía, al recuerdo de que una vez logró sentir con intensidad («la brasa soterrada del volcán que hubo en mí»[22]«Ha tiempo», en El volcado silencio.). No obstante, la esperanza de volver a sentir y la memoria viva de un gran amor consiguen contrarrestar la tristeza y sumergirnos en la fuerza de sus sentimientos:
¡Deja, deja que en mí fluyas,
fuente de alegría y dolor,
camino de mis caminos,
único amor!
(«Sin alarde», Mi presencia más clara)
Otro hecho que, sin duda, marcó de forma drástica la vida de nuestra autora fue la maternidad, o para ser más precisos, no poder haber sido madre, lo que significó para ella un duro golpe con el que tuvo que convivir (y al que tuvo que enfrentarse) el resto de su vida. El vacío que le hacía sentir este hecho se plasma en composiciones como «Estas manos» o «Será siempre así», de los que se desprende un fuerte sentimiento de frustración y aflicción. Chona Madera se encuentra envuelta en una soledad irremediable que continuará hasta el final de sus días sin la compañía de un hijo, al mismo tiempo que considera que no ha podido encontrar un verdadero sentido a la vida y muestra un profundo sufrimiento por existir «para nada»:
Estas manos que nunca
taparon a un hijo,
ni lavaron nunca
sus carnes rosadas,
se duelen de haber nacido
para nada.
(El volcado silencio)
Por otro lado, hay que señalar que busca una salida a su angustia existencial y la encuentra en la figura de Dios, de ahí que la religiosidad sea un elemento que tiene un peso notorio en toda su obra. Chona Madera impregna muchos de sus poemas de contenidos religiosos que nos recuerdan a la literatura hecha por su inmediata antecesora, Ignacia de Lara, y que refleja claramente la concepción católica de la época. Con relación a este tema, Blanca Hernández Quintana apunta que «[…] se trata, más bien, de un diálogo que mantiene con Dios y que le da la seguridad y el refugio que no encuentra en las cosas terrenales».
Finalmente, podemos concluir que la obra de Chona Madera ofrece una visión muy personal que abre la literatura femenina de posguerra. Su principal logro reside en que «consigue […] el hecho más importante en la expresión poética: la comunicación, la capacidad de identificar al lector con la emoción del poeta»[23]Lara, 1959.. Y así, con gran riqueza expresiva, llena de vida, la emoción, transformada en emoción poética, nos penetra y nos envuelve. Con un intenso y desbordante sentir crea una poesía que aporta nuevos colores y matices, una particular visión del mundo, de sus paisajes interiores, del vivir cotidiano (impregnado siempre de gran sensibilidad y entrega) en el que el dolor, la nostalgia y la tristeza conviven con los ecos del pasado, con el amor a la familia y los amigos, y, sobre todo, con la esperanza; porque esa es verdaderamente la esencia de su poesía, un canto a las esperanzas y a los recuerdos, y es que no podemos olvidar que «mientras haya esperanzas y recuerdos, habrá poesía»:
La esperanza es sin duda nuestro mayor tesoro.
[…]
En las noches oscuras, tristes o abandonados,
como un gigante faro, hasta la muerte, gira.
(«Y siempre será así», Las estancias vacías)
NOTAS[+]
↑1 | La fecha de nacimiento de la poetisa ha venido dándose con varias opciones y con muchas imprecisiones, siendo la más habitual la de 1901, aunque se han barajado otras muchas. En este caso, se ha considerado que el año 1894 parece ser la fecha más precisa. Algo parecido ocurre con el nombre, pues se han encontrado en la bibliografía manejada distintas manifestaciones del mismo: Asunción, Ascensión e incluso Sebastiana. |
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↑2 | Se tiene en cuenta junto con la de 1894 por algunos investigadores, entre ellos María Rosa Alonso. |
↑3 | Fecha que ha venido dándose por válida por la mayoría de los investigadores. |
↑4 | Fecha que erróneamente figura en su partida de defunción. |
↑5 | Sus abuelos paternos, Domingo Madera González y Catalina Artiles y Arbelo, eran oriundos de la Villa de Agüimes, y los maternos, Juan Pérez Ramos y Micaela León y Vega, de Las Palmas de Gran Canaria. |
↑6 | Mujica, 1980. |
↑7 | Perdomo Acedo, 1947: 66. |
↑8 | Perdomo Acedo, 1944. |
↑9 | El conjunto de poemarios de Chona Madera presenta tal unidad temática y emotiva que se ha considerado oportuno analizarlos de forma conjunta, atendiendo a los temas principales que aparecen de forma general. |
↑10 | Poesía femenina española viviente, Madrid: Ediciones Arquero, 1954. |
↑11 | Panorama poético español 1939-1964. Historia y Antología, Madrid: Editora Nacional, 1965. |
↑12 | Poesía Canaria 1940-1984, Interinsular Canaria, 1986; y Antología de la poesía canaria del siglo XX. Contemporary Poetry from the Canary Islands, Forest Books, 1992. |
↑13 | Poetisas españolas. Antología general. Tomo III. De 1939 a 1975, Madrid: Torremozas, 1995. |
↑14 | Josefa Mujica, art.cit |
↑15 | Texto recogido del Diario de Las Palmas, 18 de enero de 1980. |
↑16 | De «Uniformada seriedad», en Las estancias vacías. |
↑17 | Líneas del poema que dan nombre a la composición («Como un tierno corazón de niño»), sacados de la obra Mi presencia más clara. |
↑18 | Johan, 1944. |
↑19 | En «Poesía y volcado silencio», art. cit. |
↑20 | De «A la blanda puerta», de El volcado silencio. |
↑21 | Así se refiere Sebastián de la Nuez en el prólogo que hace a sus Obras completas (1979): «Esto no obsta para que, como otros grandes poetas vitalistas y nostálgicos, como Villon, Garcilaso o Antero de Quental, sea una poetisa esencialmente elegiaca». |
↑22 | «Ha tiempo», en El volcado silencio. |
↑23 | Lara, 1959. |