Musas cautivas. Secuestro y pervivencia de la cultura republicana durante la Guerra Civil y la posguerra en Canarias (1936-1941)

Este título, Musas cautivas, pertenece a un grupo de presos republicanos, que elaboraron una antología poética durante el periodo de confinamiento y que así la denominaron.

Sergio Millares Cantero

ULL

Este título, Musas cautivas, no es fruto de la imaginación del autor que firma este artículo, sino que pertenece a un grupo de presos republicanos, en su mayoría de Tenerife, que elaboraron una antología poética durante el periodo de confinamiento y que así la denominaron. La mayor parte de sus poemas fue elaborada en el campo de concentración de Gando, en Gran Canaria, y en el campo de concentración de Fyffes, en Tenerife, y fue dedicada a las presas anarquistas de Tenerife que estaban encerradas cumpliendo condena en la Prisión Provincial de Las Palmas. Afortunadamente, este texto ha sobrevivido por pura casualidad, al contrario que una gran parte de la producción literaria carcelaria, que lamentablemente no se ha conservado.

Las causas de la desaparición de casi toda la producción literaria en los centros de internamiento son evidentes. Probablemente, los presos pensaban que el régimen de Franco no iba a sobrevivir mucho y por eso, probablemente, algunos guardaron celosamente sus escritos, pero es seguro que los innumerables registros que sufrían en las cárceles y campos de concentración, acabaron con ellos. También es lógico pensar que, antes que cayeran en manos de los carceleros, los presos preferían destruirlos cuando sus contenidos podrían incriminarlos y, así, evitar la prolongación de su tiempo de encarcelamiento. Los pocos textos que pudieron escapar de su prisión –previsiblemente- fueron guardados celosamente en sótanos, buhardillas, agujeros en el suelo cuando no eran custodiados por personas no sospechosas de propaganda ilegal. Y aun así también eran localizados y destruidos por el aparato represivo del régimen franquista.

La historia de la pervivencia de Musas cautivas está asociada a una de aquellas presas anarquistas, la palmera Margarita Rocha Mata. Su compañero, Néstor Mendoza Santos, fue fusilado en marzo de 1937 y ella permaneció encarcelada casi siete años, saliendo en libertad en 1943. En 1949 logró escapar clandestinamente para Venezuela, donde permanecería el resto de su vida. Un hijo suyo, Juan Torres Rocha, conoció el texto cuando su madre ya había fallecido, en 1989, encontrándolo entre sus papeles. Este a su vez se lo facilitó al catedrático de la Universidad de La Laguna, Alfredo Mederos –lamentablemente fallecido no hace mucho–, quien fue el principal impulsor de su publicación en el año 2007[1]VV. AA. 2007.. Gracias a esta cadena de casualidades nos ha llegado intacto el manuscrito y se ha podido dar a conocer.

Pero, como hemos indicado anteriormente, casi toda la producción literaria que se realizó en los centros de internamiento en Canarias ha desaparecido en la larga noche del franquismo, con la interminable desmemoria que sepultó en el olvido, irremisiblemente, a toda una generación republicana.

En un anterior trabajo, precisamente publicado en el tomo 2 de la Antología de Musas cautivas[2]Millares Cantero, 2007: 33-77., el que suscribe este texto ya hizo una primera aportación sobre las expresiones culturales en los centros de internamiento en Canarias. Podemos considerar este trabajo como una aproximación a la luz de los nuevos conocimientos que tenemos del fenómeno represivo en el archipiélago canario.

Erradicar la cultura republicana: el castigo

Las cifras completas de la represión franquista en Canarias para el periodo comprendido entre 1936 y 1941 están por determinar. Si bien es más fácil establecer el número de fusilados «legales» en este periodo, es decir, los que fueron sentenciados a muerte en consejos de guerra y ejecutados. Son alrededor de 125 personas, todos varones, y fueron ultimados mayoritariamente entre dos periodos: el primero, entre 1936 y 1937; y el segundo con el final de la contienda civil, entre 1939 y 1941. En cambio, el número de detenidos totales está por cuantificar, pero es seguro que sobrepasa cifras superiores a los cinco dígitos, teniendo en cuenta el continuo trasiego de entrada y salida en libertad o para su asesinato y el hecho fehaciente de que las dos prisiones provinciales estuvieron atestadas durante los años de la guerra civil, que los dos campos de concentración, uno en cada provincia, albergaban a cerca de 1500 presos cada uno, así como que los cuartelillos municipales, prisiones de partidos judiciales y otros centros de internamiento confinaban a otros tantos[3]Este apartado ha sido elaborado a partir de una comunicación, titulada «Los campos de concentración en Canarias», elaborada por Salvador González Vázquez y Sergio Millares Cantero, y presentada al Congreso Los campos de concentración y el … Seguir leyendo. Sobre los desaparecidos–asesinados existe un debate historiográfico acerca de su cuantificación, dándose cifras que oscilan entra las 5.000 personas y las 1.000. Es un debate abierto porque los victimarios se encargaron de hacer desaparecer sus cadáveres en pozos, simas profundas en tierra y en el mar. A día de hoy han podido ser localizados y exhumados unos 50 cadáveres.

La composición social de los presos era sumamente variada, predominando naturalmente la de los obreros urbanos y jornaleros agrícolas, pero entre ellos había una cifra nada desdeñable de clases medias urbanas, profesionales cualificados (muchos de ellos vinculados a la masonería) y numerosos hombres –y muchas mujeres– vinculados al sector de la cultura, como los maestros, los catedráticos, los literatos, los poetas, los pintores y los músicos. Es este último sector el que merece una gran atención por parte de los golpistas, ya que se les considera responsables de «envenenar» la mente de los trabajadores y de esta manera desafiar el orden impuesto. De ahí que establecieran la categoría de intelectuales, no solo para aquellas personas vinculadas a la cultura en sentido estricto, sino entendido el término en su sentido más general, englobando a cualquier persona que tuviera estudios y destacara en cualquier profesión desde el punto de vista intelectual, no manual.

La esencia del golpe militar radicaba en el mantenimiento del orden social, incluyendo naturalmente la jerarquización entre los de arriba y los de abajo, por lo que las altas tasas de analfabetismo en España –en Canarias las cifras eran las más elevadas– era un mal endémico que consagraba el sometimiento de una gran parte de la población por las clases consideradas altas. No es una casualidad que los más empeñados en la alfabetización de la población fueran los republicanos y republicanas españoles, puesto que la misma suponía una oportunidad de cambio y ascenso social desconocido en una gran parte del territorio español. Y tampoco era una casualidad que las iras de los liberticidas se centraran en el mundo de la cultura.

Ya en el manifiesto de Franco, emitido desde Tetuán el 17 de julio de 1936, se aprecian las fobias de las nuevas autoridades, concluyendo este con una amenazadora frase: «…guerra sin cuartel a los explotadores de la política, a los engañadores del obrero honrado, a los extranjeros y a los extranjerizantes que, directa o solapadamente, intentan destruir España». Y de lo dicho a lo hecho. Inmediatamente, comenzaron las detenciones y asesinatos de prominentes catedráticos y maestros que tuvieron la desgracia de caer en zona «nacional», iniciándose una depuración del magisterio español que dejó una profunda huella durante decenios. Esta obsesión por los intelectuales y el mundo de la cultura cristaliza en las célebres palabras de Millán Astray en Salamanca en 1936, ante un confundido y errático Miguel de Unamuno: «Muerte a la inteligencia». Era el grito de la bestialidad humana frente al intelecto. Desgraciadamente prevalecieron los primeros.

Como ejemplo de esa fobia a la intelectualidad tenemos la Ley de Responsabilidades Políticas, de 9 de febrero de 1939, implantada cuando el régimen de Franco ya avizora su victoria definitiva contra la República. Esta Ley supone un ejemplo de aplicación retroactiva de las leyes, castigando las expresiones políticas de los diversos partidos políticos relacionados, directa o indirectamente, con el Frente Popular. En ella se añade el factor cultural como agravante de las penas impuestas, que podían ir desde la inhabilitación para cargos públicos, pasando por las multas y el extrañamiento de su lugar de residencia, hasta llegar a la pérdida de la nacionalidad. Ahí está su artículo 7º: «Se tendrá en cuenta para agravar la responsabilidad del inculpado su consideración social, cultural, administrativa o política cuando por ella pueda ser estimado como elemento director o prestigioso en la vida nacional, provincial o local, dentro de su respectiva actividad». Es decir, este agravante comprendía a todas aquellas personas cuyo nivel cultural podía influir en las capas sociales humildes para decidir su opción política y social.  Esta guerra a la intelectualidad ocasionará el incremento de la cuantía de las multas, el aumento de los años de inhabilitación hasta llegar a la perpetua o el aumento de los kilómetros y del periodo de destierro.

En otro orden de cosas, la bibliografía sobre la represión a lo largo del siglo XX en Europa, fundamentalmente centrada en los dos modelos más emblemáticos –la Alemania nazi y la URSS entre 1936 y 1938–, nos enseña que uno de los objetivos más importantes de sus promotores era la completa pérdida de las referencias culturales. Se trataba de lograr una deshumanización total, que acercara al presidiario al estado puramente animal, desposeyéndole de cualquier atisbo humano. Y eso se lograba a través de un proceso a base de una dieta alimenticia muy limitada –la desnutrición programada– y de unos castigos durísimos que podían llegar hasta la muerte. El resultado era la construcción de un modelo de esclavo, absolutamente sumiso, desprovisto de los más elementales sentimientos de solidaridad y empatía[4]La bibliografía al respecto es innumerable, pero citaremos dos libros imprescindibles para comprender este fenómeno. Levi, 2018, y Shalámov, 2009-2010..

No nos detendremos a estudiar el modelo de deshumanización de la represión franquista, quizá porque habría que analizar las diferentes coyunturas que atravesaron a lo largo de la larga noche de la dictadura, y para eso se requiere otro marco analítico. A lo que sí vamos a aproximarnos es a las diferentes etapas de la represión en Canarias, que probablemente se asemejen a otras zonas del Estado con características similares, es decir, ocupadas por los rebeldes desde el primer momento, y donde no hubo episodios de enfrentamiento directo entre el Ejército republicano y el llamado «nacional». Es el caso de Galicia, parte de Andalucía y lo que antes se llamaba Castilla la Vieja, hoy Castilla-León, y Navarra, y, por supuesto, Canarias. 

Es evidente que la represión en las Islas no es la misma durante todo el periodo de la guerra civil. La fase más intensa se focaliza entre el 18 de julio de 1936 y abril del año siguiente, mientras que a partir de esa última fecha las cosas cambian para los presos, aunque quizá para los que están esperando su ejecución durante meses y meses, y hasta años, la tortura es tan intensa que ellos serían incapaces de identificar etapas represivas más sutiles. Pero podemos identificar una cierta suavización de las condiciones carcelarias desde esa fecha de mediados de 1937 hasta la finalización de la guerra, en 1939. A partir de ese año se detectan indicios claros de recuperación de la dignidad de los presos y la conquista de elementos que restituyen su dignidad humana hasta la recuperación de su libertad, si como tal podemos definirla en el contexto represivo general de la dictadura. A continuación, explicaremos cada una de estas tres etapas[5]La mayor parte de la información de estos apartados se debe a los testimonios escritos siguientes: Jurenito, 1977; García, s./f.; Junco Toral, s.f.; y Rodríguez Doreste 1978..

Terror entre alambradas

Todas las memorias e informaciones de este periodo nos remiten al terror ejercido contra los republicanos canarios. Estamos en el periodo más sangriento en los frentes de guerra y en la retaguardia peninsular, a partir de julio de 1936 la represión de uno de los contendientes actúa invariablemente de revulsivo en el otro para vengar las reales o supuestas matanzas cometidas. Por ejemplo, las de las tropas africanistas en su marcha desde Andalucía a Madrid, junto con los bombardeos indiscriminados sobre los barrios obreros de la capital, repercute necesariamente en la represión de los republicanos contra la supuesta o real quinta columna madrileña. Estas matanzas republicanas –la de Paracuellos, por ejemplo– a su vez, repercutirán en forma de represalias contra cualquier republicano o republicana que se encuentre en la zona ocupada por los rebeldes «nacionales».

Una gran parte de la represión en Canarias tiene este componente: la represalia. No hay más que ver los titulares de la prensa de las Islas. Fotos de mujeres asesinadas, desnudas, con una gran parte de su cuerpo quemado, son destacadas por la oficina de prensa militar, cuando muchas de ellas corresponden a matanzas realizadas por las tropas moras al mando de Yagüe. Pero todo vale. Y la repercusión inmediata de este exhibicionismo gráfico no se deja esperar. Lo pagan los presos en los campos de concentración y en las diferentes comisarías y otros centros de internamiento. Y como se considera a los intelectuales los responsables de esta situación, son señalados y castigados severamente.

En concreto, en el campo de concentración de La Isleta[6]Millares Cantero, 2007: 37-41., concebido como un lugar de castigo, tortura y trabajos forzados, los presos seleccionados para los trabajos más duros eran los considerados intelectuales, entendiendo estos en su sentido más amplio posible y comprendiendo aquellos que no realizaban trabajos de tipo manual. Hasta los carteros estaban en esta categoría. Abogados, médicos y catedráticos eran los predilectos, siendo los maestros el grupo más numeroso[7]Rodríguez Doreste, 1978: 28)..

El siguiente párrafo de uno de los presos, escrito muchos años después, es ilustrativo de este ensañamiento:

¡Odio a la cultura, en general, era su lema y guía de todas sus brutales reacciones contra los que ellos calificaban de «intelectuales» en el Campo de Concentración, que era una de las peores calificaciones y, por consecuencia, clasificaciones que se podían hacer y recibir en aquel lugar de exterminio sistematizado de seres humanos.[8]Jurenito, 1977: 173).

Otro preso nos cuenta una tarde, al volver del trabajo en las montañas aledañas del Campo de La Isleta, los reclusos observaban una actividad inusitada de los carceleros y sus cabos de vara, a base de fustigazos, latigazos y agresiones físicas variadas contra los que no habían salido ese día. Por supuesto, es a los «intelectuales» a los que seleccionan para salir del Campo, coger un grueso madero e introducirlo en el interior, cavar un agujero y elevar el mástil para situar la nueva-vieja bandera de España, la bicolor[9]García, s.f.: 49-50.. Esto ocurrió a mediados de agosto de 1936.

O estas frases que Francisco García, quien había sido presidente del Cabildo de Gran Canaria y de profesión abogado, pone en boca de los suboficiales más sádicos, los sargentos Marín y Bayón:

Bayón: A ver, ese de los lentes, que salga. Aquí no queremos señoritingos con lentes. Todos trabajadores.
Marín: Oyes, tú; el señorito ese del pelo largo, ¡arrea!
Bayón: Tú, enséñame las manos. Ya me parecía a mí que tú no tenías callos en ellas.¡Anda a coger una carretilla!
Marín: ¿Tú eres el que ayer tarde comías tan finamente?…Tienes que ser intelectual. Ve a buscar un pico para que veas lo que son finuras[10]García, s.f.: 57..

Estas frases denotaban la inquina que despertaban en los estamentos militares todos aquellos que habían asumido la tarea de desarrollo de un modelo social más igualitario utilizando la cultura y la formación como señas de identidad para la promoción social. Precisamente, el ejército español consagraba las desigualdades a través de la clara distinción entre la casta de oficiales, más vinculada con las clases altas en la medida que subían el escalafón (o subían el escalafón precisamente por pertenecer a dichas clases), y los soldados de la época, entresacados de unos campesinos o de unos obreros con un bajo nivel cultural. Ese odio a los intelectuales por parte de sectores importantes de la milicia era un reflejo de clase destinado a castigar a los que consideraban traidores a la misma. El traslado de ese mensaje clasista a los escalones intermedios y bajos de la oficialidad y suboficialidad, que eran los ejecutaban las órdenes, se transmutaba en un odio profundo de estos contra los intelectuales por considerarlos socialmente por encima de ellos. No es exagerada la frase de Hurtado de Mendoza cuando dice que «…sus jefes superiores…les aplaudían y les reían las gracias con muy complaciente satisfacción»[11]Jurenito, 1977: 173..

Pero el programa de deshumanización no era completo en el Campo de Concentración de La Isleta si, aparte de los extenuantes trabajos y toda clase de torturas, se dejaba a los presos conversar entre ellos y darse ánimos. Cuando por la tarde cesaba la actividad y los encarcelados disponían de un poco de tiempo para descansar junto con otros hasta la hora de la cena y el silencio, naturalmente se buscaban para poder enterarse de la marcha de la guerra, noticias que algunos conseguían a través de algunos reclutas que custodiaban el Campo, o sostener cualquier conversación que aminorara en lo posible su aislamiento contándose cada uno sus padecimientos. Pero este momento se convertía en muy peligroso porque los carceleros no podían permitir que se hablase de semejantes cosas. Si desde fuera de la alambrada algún oficial o suboficial detectaba conversaciones «sospechosas», ordenaban a los cabos de vara que les trajeran a los supuestos infractores de las normas y les preguntaban sobre lo que estaban hablando. Si no había coincidencia plena sobre el tema tratado, entonces empezaban los apaleamientos y los arrestos a pasarse la noche firmes a la intemperie o eran castigados a la limpieza de las letrinas hasta que saliera brillo[12]García, s.f.: 41-42; y Jurenito, 1977: 153-154.. Pero las estrategias de los confinados también denotaban su deseo de salir adelante y sobrevivir al plan de deshumanización, puesto que acordaban de antemano un tema cualquiera para presentar la misma versión a los interrogadores, y no bastaba que se pusieran de acuerdo con un tema, se requería una coincidencia total en las palabras. Una vez convinieron, con una gran dosis de humor, que el tema era «Quo usque tandem abutere Catilina patientia nostra», y así lo repitieron cuando les preguntaron. «Está bien, está bien», contestaba el torturador de turno ya más tranquilo ante la Catilinaria de Cicerón, que podía sonarle a algún idioma extra galáctico [13]Junco, s./f.: 162-165..

Pero, aparentemente, no todos los centros de internamiento en Canarias en esta primera etapa represiva eran iguales. En la provincia de Santa Cruz de Tenerife instalaron, primero, lo que se llamó la Prisión Flotante que eran tres barcos fondeados en la rada del puerto de la capital tinerfeña, donde los presos tenían que soportar los calores de las bodegas, pero ahí mantenían la dignidad como grupo e, incluso, se permitían exteriorizar su fe republicana. Pero esto iba a durar poco, no solo por las noticias que les llegaban de los primeros fusilamientos, sino porque en septiembre fueron vaciadas las naves y nació el campo de concentración de Fyffes, donde comenzaron a vislumbrarse unos métodos más sutiles de terror, nada que ver con la brutalidad de La Isleta sino algo que se acercaba más a la hipocresía de los carceleros: primero fue el de encerrar en celdas especiales a los condenados a muerte y escuchar en todo el recinto sus lamentos a la espera de su próximo fusilamiento. En muchos casos, sus alaridos quedaron retenidos para siempre entre los que escuchaban. Luego, meses más tarde, cada dos o tres días, la de interrumpir el sueño de los reclusos para leer una serie de nombres de personas que tenían que recoger sus cosas porque iban a ser «trasladadas». Su destino estaba en las profundas fosas marinas de esa parte de la Isla [14]González Vázquez y Millares Cantero, 2002: 40..

Pero la cultura también servía a los fines de los torturadores. Todas las informaciones nos llevan al periodo entre enero y abril de 1937 como el más sangriento vivido en Canarias, tanto en Gran Canaria como en Tenerife, en esto sí hay una coincidencia absoluta entre ambas provincias. Las desapariciones-asesinatos arrecian junto con los fusilamientos. El 11 de enero son condenados a muerte 21 anarcosindicalistas tinerfeños, 19 de los cuales van a ser fusilados días después, conmutándoles la pena a dos mujeres. Este acontecimiento dejará una profunda huella en uno de los testigos, Francisco García, quien vivió para contarlo. En sus memorias narra un hecho que asombra por su crueldad. Cuando había presos esperando a ser fusilados en las celdas de aislamiento el resto de los encerrados guardaba un respetuoso silencio, que por lo menos servía para acompañar a la víctima en su duelo. Este silencio invadía las tres naves del recinto y era una forma de protesta pasiva que molestaba profundamente a los carceleros. Y no se les ocurrió otra cosa que romper ese elocuente silencio con una música alegre, carnavalera, para lo cual ordenaron a determinados presos que ensayaran con violines, guitarras, acordeones y otros instrumentos de viento muy cerca de las celdas de la muerte. Los alegres pasodobles, las habaneras y la música canaria ocultaban las ahogadas protestas y la angustia mortal de los presos, pero no podían evitar que sonara a réquiem por los que iban a ser ajusticiados, aunque servía para que los verdugos, directos e indirectos, sortearan su conciencia, si alguna vez la habían tenido. Este episodio no tiene nada que envidiar a los desfiles con orquesta que los nazis organizaban cuando iban a llevar a algún preso al cadalso[15]García, s./f.: 139-140..

Probablemente, uno de los mayores crímenes contra la cultura canaria fue el asesinato del poeta tinerfeño Domingo López Torres. Todas las fuentes nos indican que el ciclo de las desapariciones-asesinatos en el campo de concentración de Fyffes se localiza en los primeros meses de 1937. Por lo general, los victimarios elegían a sus víctimas de entre los trabajadores humildes, preferentemente solteros, y con poca proyección social para atenuar en lo posible las indagaciones sobre su desaparición. Eso no quiere decir que no mataran a personas relevantes, pero solo si era absolutamente necesario para sus fines. En Tenerife el asesinato del intelectual y diputado por Izquierda Republicana Luis Rodríguez Figueroa o el del alcalde de Santa Cruz José Carlos Schwartz nos revelan el grado de inquina que estos dos prominentes abogados despertaban en las autoridades militares, que eran los que ordenaban la eliminación física de los presos. ¿Y López Torres, por qué? A pesar de su sólida reputación como poeta, muy vinculado a la vanguardia surrealista a través de la revista Gaceta de Arte y muy activo protagonista durante la visita de André Bretón a Tenerife en 1935, junto con Emeterio Gutiérrez Albelo, Agustín Espinosa y Pedro García Cabrera[16]Millares Cantero, 2007., tenía un perfil político innegable, que le convertía en una diana perfecta para los militares golpistas[17]Para ello ver las dos entregas redactadas por el que firma tituladas «Hundidos y Salvados», en La Provincia y El Día, 15 de mayo de 2021, pp. 74-75 y La Provincia y El Día, 16 de mayo de 2021, p. 87, en el que polemiza con el libro de Juan … Seguir leyendo. Sobre la fecha de su asesinato no hay coincidencia: unos la sitúan en enero y otros en febrero de ese año fatídico, pero es innegable que sus restos descansan en la profunda fosa marina que existe enfrente de Santa Cruz de Tenerife.

Antes de su asesinato, López Torres escribe un poemario titulado Lo imprevisto, que logra sacar de la prisión, probablemente a través de familiares, y que fue publicado en 1981, con dibujos del pintor Luis Ortíz Rosales, de quien hablaremos más adelante por ser uno de los mejores pintores encarcelados. Uno de sus poemas, «Los retretes (3 de la mañana)», refleja sus sufrimientos carcelarios con potentes imágenes surrealistas, de las que entresaco los siguientes versos con referencias claras a su lugar de encierro: 

Laberinto sin dónde, afán sin freno…

Rompen el sueño, la risa, los colores,

la dolorosa acelerada espera…

Mientras la oscura cloaca de desdenes

insuficiente para tanta ofrenda

salta sobre la geometría de los bordes

inventando rizados carruseles…

No hubo consigna audaz que contuviera

a los don pedros de los tres salones

saltando en frenesí por corredores,

empinadas trincheras de prejuicios[18]López Torres, 1981..

Probablemente sea este uno de los poemas que más describen el sufrimiento humano en los campos de concentración en Canarias, y eso a pesar de que la situación en ellos en esta primera etapa represiva era extraordinariamente difícil para poder acometer cualquier tarea creativa, pero eso no arredró a nuestro poeta, quizá consciente de que no saldría con vida.

El ilustrador del libro de López Torres fue el pintor Luis Ortíz Rosales.  Muy poco se sabe sobre él. Según Junco Toral, era catalán, pero pasaba temporadas en Tenerife. Su arte fue conocido en el panorama artístico español de los años 20 y 30 por su contribución al grafismo surrealista y por eso se vinculó al grupo Gaceta del Arte. Al parecer, vino de vacaciones a Canarias poco antes de la rebelión y lo detuvieron por su compromiso político junto a su amigo Domingo López Torres. Por cierto, al detenerlo le incautaron toda la obra que tenía en su casa y, previsiblemente, fue destruida. Lo encarcelaron en Fyffes y murió en octubre de 1937, no sabemos las causas, pero todo apunta a que falleció en el campo de concentración y como consecuencia de su estancia en el mismo. El hecho de que su cuerpo esté en el cementerio, tal y como afirma Junco Toral[19]Junco Toral, s./f.: 320., indica que no sufrió el mismo destino de su amigo[20]Peralta, 2015: 32-39. .

El despertar de la literatura, la música y la pintura

A partir de abril de 1937 el nudo en torno al cuello de los presos y presas se afloja pero no desaparece. Hay indicios claros de cierto suavizamiento en el trato a los presos y eso lo aprovechan para recuperar su dignidad o, por lo menos, para sentirse seres humanos y no esclavos.

Desde el traslado de los presos al Lazareto de Gando en Gran Canaria, ocurrido el 18 de febrero de 1937, el planteamiento de los mandos militares cambia. Ya no se trata de un campo de castigo y trabajos forzados, como en La Isleta, ahora es un lugar de confinamiento, muy semejante a una cárcel ordinaria. Pero los primeros meses en ese lugar polvoriento, agitado por los fuertes vientos alisios y cercano al aeródromo de Gando, fueron muy difíciles, sobre todo porque los propios presos tuvieron que acondicionarlo. Una epidemia de tifus, a causa de sus aguas en mal estado, ocasiona la muerte de algunos de ellos y la enfermedad de muchos.

De estos momentos nos encontramos con un testimonio muy valioso, el del republicano federal Antonio Junco Toral quien, el 18 de marzo de 1937, un mes después de estar instalados los presos en Gando, llega a este procedente del Hospital San Martín, donde había sido ingresado después de sufrir, a comienzos de febrero, unas palizas tremendas en La Isleta. Este reencuentro con sus amigos es importante y nos permite establecer las diferencias entre La Isleta y Gando. De cualquier manera, la fecha en la que llega Junco Toral a Gando es la más sangrienta para la isla. Muchos de los presos, sobre todo los procedentes del noroeste de la isla, van a ser «liberados» para luego ser nuevamente capturados en diferentes razzias, ser asesinados y sus cuerpos escondidos en los pozos alrededor de Arucas y la Sima de Jinámar. Pero eso no lo pueden ver los que se quedan ahí, solo meses después los rumores de los asesinatos circularán entre sus antiguos compañeros.

Pero Junco nos dice que una de las primeras personas que le saludó fue Antonio Ramírez Graña, un joven abogado, secretario del Ayuntamiento de San Lorenzo y condenado a muerte por negarse a obedecer las órdenes de los sublevados del 18 de julio. Sería fusilado junto con cuatro más el 29 de marzo de 1937. En este encuentro, Graña le lee unos versos que había escrito (lamentablemente no encontrados) y Junco sigue el relato ampliando el radio de acción:

(…) en el campo se había extendido la afición al estudio, llegando al frenesí; principalmente la afición desbordante era a la poesía; había quien tenía libretas totalmente escritas que editadas un día podrían constituir deliciosas antologías.
La retórica hizo su entrada triunfal en Gando: sonetos, alejandrinos, poemas, redondillas, pareados. Se rompía la rítmica; la metrología perdía valor, la sonoridad ganaba terreno.

Y para redondear su propio análisis Junco identifica de manera muy acertada esta etapa de los presos, la de la resurrección espiritual:

Lucha, siempre lucha, pero esta era la única que engrandecía; no era una ampliación territorial ni material en ningún sentido, no era una conquista guerrera. Era una lucha que no destruía, que unía a los combatientes y hacía proyectar hacia fuera, para bien de todos, el reflejo luminoso del espíritu[21]Junco Toral, s.f..

Por esta época, en concreto a finales de mayo o principios de junio, la relativa mejora de las condiciones de vida en el Campo se manifiesta con un colectivo que había sido especialmente castigado en la etapa anterior: los abogados. Probablemente, las presiones del Colegio de Abogados de Las Palmas sobre las autoridades militares surtieran efecto y sus colegas prisioneros fueron agrupados en lo que sería el cuarto de los abogados, eximiéndoles de los trabajos físicos. Pero el problema que se presentó inmediatamente fue el que debían estar aislados del resto de los presos, cosa que no gustó a los afectados, pues habían logrado una especial comunión con todos aquellos que compartían su destino. Quizá la decisión de los militares no fuera debida a la presión desde fuera, sino por una cuestión clasista, para evitar precisamente la confraternización y la solidaridad de los presos. La separación implicaba la posibilidad de romper los lazos sólidamente entrelazados por la desgracia compartida. Pero no lo pudieron hacer, la totalidad de los presos supervivientes se habían forjado en el acero de sus desgracias y su humanidad se iba extendiendo por entre las celdas, los barrotes y las alambradas. Como ejemplo de este estrecho contacto está el trabajo de alfabetización y formación que muchos los intelectuales emprendieron en los centros de internamiento, como el caso de la alfabetización del joven Domingo Valencia, condenado en el consejo de guerra de San Lorenzo, y que pudo salvar la vida a causa de su edad[22]Millares Cantero, 2004: 49-50..

Una habitación en el piso bajo de la planta A reunía a una pléyade de letrados que compartieron un espacio común: Luis Fajardo Ferrer (alcalde de Las Palmas de Gran Canaria), Nicolás Díaz-Saavedra (gobernador civil de Las Palmas), Emilio Valle Gracia (secretario del Cabildo Insular de Gran Canaria), Raimundo Díaz Suárez, Jacinto Alzola Cabrera, Gonzalo Carrillo Riera, José López García y Luis Benítez Inglott, entre otros[23]Rodríguez Doreste, 1978: 115-116.. Como la circulación de los libros era imposible en esta etapa, el ejercicio de la  memoria fue uno de los deportes preferidos, recordando poemas leídos en otras épocas y escribiéndolos en lo que constituye la primera antología de poemas del penal, aunque fueran de vates tan conocidos como Rubén Darío, Amado Nervo, Tomás Morales, Gustavo Adolfo Bécquer, Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Antonio Machado, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Unamuno, Alonso Quesada, Verlaine, Baudelaire, etc. Lamentablemente, dicho ejemplar no se ha conservado[24]Millares Cantero, 2004: 52-53..

En el campo de concentración de Gando los libros estuvieron prohibidos hasta mediados de 1938 por lo que era imposible una labor didáctica y pedagógica estable y continuada sin ellos. Las tertulias proliferaron en esta etapa, los presos se buscan para intercambiar todo tipo de opiniones y ya no existían los obstáculos de la etapa anterior, cuando cualquier comentario podía costar caro. Pero necesitaban algo más, no bastaba con el ejercicio de la memoria para declamar o recitar algún párrafo de los clásicos de la literatura. Los primeros libros que entraron en el recinto fueron de medicina, reclamados por los sanitarios del campo, y a partir de aquí fue abriéndose la mano y entrando impresos de poesía y literatura, aunque bien censurados para que no se colase nada que fuera en contra de las normas del nuevo Estado en formación. 

Mientras tanto, en el campo de concentración de Fyffes parece que los días de intenso terror habían pasado, aunque el cuentagotas de los fusilamientos seguía funcionando con cierta regularidad. De esta época está el testimonio, ya citado, de Junco Toral, quien es trasladado de Gando a Fyffes el 3 de abril, justo el mes en el que cesan las desapariciones-asesinatos en Canarias. Sus primeras impresiones en el nuevo destino son muy llamativas:

Ya a las diez de la mañana aquello era una Universidad integral. Recogidas las colchonetas surgían calles y se formaban tertulias y agrupaciones de trabajo. Se hacían trabajos manuales con minuciosidad chinesca; surgían caricaturas, artículos; estudios de todo, desde taquigrafía a estudios de medicina y de idiomas, desde el verso a la comedia en tres actos[25]Junco Toral, s./f.: 305..

En verdad, las condiciones en Fyffes no es que hubieran cambiado mucho en esta etapa, pero los presos estaban más relajados y esto les permitía desplegar una amplia gama de actividades que les llenaban las horas de obligado confinamiento.

La lectura era una de las actividades más frenéticas en los almacenes Fyffes. A pesar de la prohibición de los libros, estos circulaban a raudales y las autoridades carcelarias no sabían y/o no querían suprimirlos drásticamente, posiblemente conscientes de que era mejor tenerlos entretenidos que completamente en blanco y sin actividades. Posiblemente, muchos familiares y hasta soldados de guardia podían servir de vehículo a través del cual la tinta impresa entraba en el recinto. Estos libros, naturalmente, eran muy demandados, por lo que el preso tenía que leerlo en menos de 24 horas si no quería quedarse a la mitad. Las normas eran inapelables, había que leerlo a toda prisa. Puede ser surrealista, pero la imagen de muchos presos –cientos, quizá–, con la mirada enloquecida y tragándose literalmente las palabras, podía ser una imagen muy potente desde el punto de vista visual.

Resulta difícil creerlo, pero algunos testigos relatan que se leían y discutían libros de   Marx y Kropotkin. El régimen de Franco había impuesto una disciplina cultural férrea, en el que el nacionalcatolicismo, el historicismo reaccionario y medievalista y las ideas irracionalistas, racistas y liberticidas tenían una amplia difusión, mientras que la cultura republicana y laica, en toda su diversidad y riqueza, era sepultada a base de prohibiciones y censuras. En los primeros meses del golpe militar mucha gente recuerda las hogueras en las que se quemaban los libros considerados perniciosos para la población. Pero fuentes como la de José Antonio Rial González son valiosas pues describe la evolución de los propios presos. Sobre la etapa de más terror en Fyffes: «…el hábito de estudiar, de reunirse para leer o comentar las lecturas de los pocos libros de que disponíamos, fue lo que creó escuelas y animó conferencias y charlas, en aquel medio que no tenía más novedades que las “sacas”». Y, más adelante, estos tímidos escarceos culturales se transformaron en sólidas universidades improvisadas, como afirma Junco Toral. Este párrafo de Rial es elocuente:

Fyffes…se fue convirtiendo en una escuela de muy diversas disciplinas. Había grupos estudiando a Marx, otros que se enfrascaban en La conquista del pan de Kropotkin, que era de lo poco ácrata que se filtrase por aquellas puertas, y algunos que leían a Tolstoi, y se iban cristianizando[26]Rial Vázquez, 2007: 21-22..

El propio Rial González escribió un relato novelado, La prisión de Fyffes, que no deja de ser otra cosa que unas memorias con los nombres de los presos cambiados y con diálogos imaginados. Fue escrita en Venezuela en los años 60, es decir, muchos años después de su puesta en libertad, pero todavía con Franco en el poder, por lo que no figuran los nombres reales de los presos. Sin embargo, este relato no deja de tener cierta frescura, sobre todo para captar la atmósfera en el interior del campo y entender el tormento interno de cada uno de los prisioneros. Algún día habrá que hacer un estudio en profundidad de ese libro para entresacar la información real de la imaginada. 

Por lo pronto analizaremos el capítulo denominado «Los del altar»[27]Rial González, 1978: 108-114., en donde nos cuenta de un grupo de prisioneros que, inicialmente, se dedicaron a traducir del latín, sobre todo a Ovidio, pero luego dejaron esas tareas para escribir poemas. Estaban en una de las naves, la de Caballería, pero en las otras dos, la del Guano y la Flotante, aparte de las tertulias, proliferaban los grupos de arte y de literatura. Precisamente, uno de los primeros poemas escritos en el cautiverio por este grupo hace referencia al inicio de la guerra civil. Fue reproducido por Rial en su libro y su título es significativo: «El romance del Cuartel de la Montaña»:

¿Qué pasa por esas calles/que van mujeres llorando?
¿A donde marchan los hombres
que se despueblan los barrios…?
En el Cuartel de la Montaña, de metal amurallado,
resuenan voces traidoras/de militares alzados…[28]El antiguo almacén de plátanos de la compañía Fyffes estaba dividido en tres naves, y al transformarse en prisión cada una de ellas adoptó un nombre, el de Caballería porque los presos que la poblaron provenían de dicha prisión militar, la … Seguir leyendo.

Por supuesto, esta temática era altamente subversiva e hicieron varias copias para su distribución, pero su autor permaneció oculto. No era para menos, encontrar este ejemplar y averiguar su autor podía ser motivo de consejo de guerra con la consiguiente imposición de penas durísimas de prisión. Quizá el autor fuera el propio Rial.

En los «Salones» de Fyffes se desarrolló toda una industria artesanal dedicada a la confección de juguetes, vinculada a los dos artistas plásticos más importantes que permanecían detenidos en las prisiones canarias, Felo Monzón y Ortiz Rosales. El primero permanecería en Tenerife hasta 1938, y el segundo moriría en la segunda mitad de 1937. Ambos, venciendo las dificultades de esta etapa represiva, se las arreglan para desarrollar toda una industria dedicada a confeccionar juguetes para los hijos e hijas de los presos. Naturalmente, no estaban ellos solos en esta tarea, los acompañaban numerosos ayudantes que seguían las indicaciones de los dos artistas. Pero la confección de juguetes adquirió tal importancia que las autoridades del Penal decidieron intervenir. Todos fueron requisados, ningún hijo de preso vio juguete alguno y el compromiso del director de hacer un registro para su distribución posterior y de que se les facilitaría material para continuar la labor quedó en «agua de borrajas». Nada de esto se cumplió[29]Junco, s./f.: 320-322..

La Universidad de los presos

A finales de 1938 y a lo largo de 1939, con la finalización de la guerra civil y el inicio de la postguerra, nos adentramos en una etapa bien diferente. Es evidente que para los presos la derrota republicana y el régimen de Franco eran hechos incuestionables con los que tenían que aprender a sobrevivir y, para ello, la cultura era el mejor vehículo.

Por un lado, las tertulias continúan quizá con más ímpetu, hasta el punto de que las discusiones entre diferentes corrientes ideológicas enrarece el ambiente y dificulta la comunicación entre los presos. El avance de las tropas rebeldes por Cataluña y la victoria absoluta de Franco a partir de abril de 1939 provoca una diáspora republicana a Francia y América Latina de centenares de miles de españoles y españolas, pero la división entre ellos se hace irreversible, sobre todo por la posición a adoptar ante la guerra entre los que querían negociar la capitulación con el dictador y los que querían resistir a toda costa. El golpe del coronel Casado contra el presidente del gobierno legítimo, Juan Negrín, representa la culminación de un profundo desencuentro acerca de la manera de liquidar la guerra. Eso ya de por sí representaba la desunión de los propios presos, divididos en negrinistas y antinegrinistas. A esto le sumamos la situación internacional y el inevitable camino hacia la guerra entre las naciones europeas, que podía extenderse a todos los continentes. En ese contexto, el pacto entre la URSS y Alemania a finales de agosto de 1939 encona aún más los ánimos de los reclusos, hasta tal punto que está a punto de ocasionar enfrentamientos físicos entre los que comprendían la posición rusa, sobre todo los comunistas, y los que la rechazaban de plano.

Este ambiente está muy bien descrito por Juan Rodríguez Doreste cuando describe la situación en Gando:

Nuestra unidad se quebró, el campo se escindió en dos bandos que discutían, que se increpaban con tal violencia, con tal encono, que muchas veces temimos que pudiera degenerar en verdadera agresión. La guerra, la lucha fratricida, parecía haberse trasladado a nuestros confines. El aire era irrespirable…Hacíamos esfuerzos indecibles por aplacarlos, por infundirles tranquilidad, serenidad, por evitar que aquello desembocara en una lamentable batalla campal[30]Rodríguez Doreste, 1978: 189..

Aunque carecemos de testimonios directos, es previsible que también en Tenerife, en el campo de concentración de Fyffes, ocurriera algo parecido o quizá con más intensidad debido al hacinamiento en el que vivían. La importante presencia de elementos anarcosindicalistas introduce otro factor de desunión entre los reclusos, que es incluso previo al último año de la guerra. La crisis de Barcelona en mayo de 1937 entre anarquistas y poumistas, por un lado, y los partidarios del gobierno de Negrín, por otro, no es otra cosa que un enfrentamiento absolutamente antagónico entre los partidarios de aprovechar la guerra para hacer la revolución y los que querían, antes que nada, ganar la contienda.

Pero si las ideas desunían, la música contribuía a tejer la amistad, o por lo menos a olvidarse de las diferencias ideológicas. En este sentido, los confinados fueron avanzando lentamente en la conquista del derecho a oír notas bellas, a pesar de la prohibición tajante de poseer instrumentos musicales entre 1936 y 1938. Todas las informaciones nos remiten al año 1939 para poder disponer de los primeros instrumentos musicales en el campo de concentración de Gando[31]Los datos de una gran parte de este apartado, dedicado a la música, está entresacado del capítulo «Redescubrimos la música», Rodríguez Doreste, 1978: 163-166.. Según la versión de Rodríguez Doreste, es gracias a él que el músico profesional, afincado en Tenerife, Ángel Mañero, pueda traer su violonchelo («guitarrón», le llamaban los militares). No por casualidad aquel había conseguido «cierto ascendiente» sobre la dirección del Penal, argumentando que podía ser un buen acompañamiento para las misas dominicales. Y así fue, a partir de este momento los instrumentos como guitarras, trompetas, violines y hasta un piano empiezan a introducirse dentro de las alambradas.

Mientras duró la prohibición de los instrumentos, los músicos habían encontrado una forma primitiva de tocar piezas a base de flautas muy básicas hechas con cañas. La Orquestina de flautas pastoriles, como le llamó Rodríguez Doreste, pudo romper el silencio sepulcral en el que estaban sumidos los confinados, aunque las piezas eran valses, pasodobles y canciones antiguas, todas ellas ejecutadas con una «armonización sencilla».

Aparte de Mañero, tenemos localizados a tres músicos profesionales que están encerrados en el campo de concentración de Gando desde mediados de 1937. Sobre ellos poseemos una amplia información sobre su vida hasta dar con sus huesos en el Penal[32]El Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas (TRRP) de Canarias les abrió a los tres músicos un expediente el 14 de septiembre de 1939, en el rollo 185/1939, Expediente 75 del Juzgado Instructor de Las Palmas, en Archivo Histórico … Seguir leyendo.

El 26 de julio de 1937 el vapor francés Mariscal Lyautey, que hacía la ruta regular entreTánger y Dakar, llega al Puerto de La Luz en Las Palmas, y en él viajan como pasajeros el pianista Rafael Gómez Nicolás, el trompetista y saxofonista Francisco Méndez Fernández y el violinista Ricardo Peso Márquez, que probablemente se dirigían a la capital senegalesa a dar conciertos a favor de la República (no hay que olvidar que allí había una numerosa colonia de canarios republicanos), y de allí dar el salto a América Latina. Su error fue recalar en un territorio controlado por los militares rebeldes pues, nada más llegar el barco al Puerto, los tres músicos son requeridos para abandonar la nave con el fin de proceder a su identificación. Posiblemente, el espionaje franquista los tenía localizados e informaron a las autoridades canarias de su presencia en la escala de Las Palmas. Según la sentencia del consejo de guerra que se les hizo unos meses después en la causa 287/1937, en concreto el 2 de octubre de 1937, «manifestaron en todo momento su adhesión al Gobierno rojo de Valencia, interviniendo en actos de propaganda y beneficios realizados con posterioridad al Movimiento Nacionalista». A través de esta propia sentencia podemos revivir el episodio de su detención, ya que esta se realizó a pesar de la negativa de los tres músicos a bajar a tierra. Al parecer, el escándalo fue monumental y la tripulación francesa se negó a obedecer las órdenes de los militares españoles. La sentencia habla de «motín en la tripulación del barco que hubo de ser reducido por las fuerzas». Finalmente, los pobres músicos, que se habían escondido en la nave, fueron localizados y conducidos a tierra.

Los antecedentes de los tres están en el prolijo expediente del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Canarias. Rafael Gómez Nicolás, el pianista, había nacido en Valencia, estaba casado y tenía 50 años en 1939. El Consulado de España en Tánger, en un informe del 16 de octubre de ese año, dijo que es un «rojo y propagandista». Francisco Méndez Fernández, el trompetista, contaba con 39 años, estaba también casado, y era natural de Vélez-Rubio, provincia de Almería. La información del Consulado español dice que había llegado a Tánger en 1933 y tocaba en el cabaret Florida Kursaal, que después del golpe militar colaboró allí en actos a favor del gobierno republicano con Josefa Navas Luna, «La Niña de Málaga» (también republicana y exiliada en el norte de África), en el teatro Cervantes. El tercer músico, el violinista Ricardo Peso Márquez, tenía 40 años, soltero y era natural de Granada. Su actividad musical se había desarrollado en Melilla, pero la suerte hizo que en la época del golpe de estado estuviera tocando con una orquesta –también de Melilla–, en Tánger. Sus antecedentes políticos se desarrollaron en el territorio melillense por ser vocal del Sindicato de Músicos en esa colonia en 1932 y secretario del Comité de Músicos de la Casa del Pueblo de Melilla. Allí había sido detenido el 15 de febrero de 1936, en pleno proceso electoral español, por «arrancar carteles electorales», se supone que de las derechas. Durante la guerra, y antes de su detención en Las Palmas, había trabajado en el cabaret Imperial de Tánger.

El castigo por todos estos antecedentes se manifiesta en la propia sentencia del consejo de guerra celebrado en Las Palmas, que condenó a los tres a 24 años, 5 meses y 10 días por adhesión a la rebelión. De cualquier manera, estos habían tenido suerte al salvar la vida. En primer lugar, porque estaban en territorio neutral durante el golpe militar, si hubieran estado en Melilla no hubieran escapado del fusilamiento, con farsa de juicio o no. Y, en segundo lugar, porque llegaron a Las Palmas cuando la etapa represiva más sangrienta ya había pasado. Si hubieran sido capturados por el trío de asesinos profesionales Uzuriaga-De Teresa-Wiot su música no habría podido disfrutarse en Gando.

El violonchelista Ángel Mañero García tenía 30 años cuando estalló la rebelión militar, había nacido en Pamplona, estaba afincado en Santa Cruz de Tenerife y era profesor de música, primero en la Academia municipal de Música desde enero de 1930, y luego en el Conservatorio de la isla, con numerosos conciertos en las islas, sobre todo los organizados por el Círculo de Bellas Artes. Mañero y su orquesta se hicieron famosos amenizando los intermedios de las sesiones teatrales en el Teatro Guimerá. Años más tarde sería solista y concertista en la Orquesta Sinfónica de Tenerife y en la Orquesta Nacional de Radiodifusión. Su pericia profesional está reflejada en una crítica publicada en la prensa tinerfeña, medio mes antes de la asonada de los generales, en la que se afirma: «… de tal modo se posiciona del auditorio que le impresiona con los dulces sones de su violonchelo, al cual arranca las notas más llenas de vida y de impresionante emotividad; los recursos técnicos de este notable artista son muchos y los maneja con gran destreza, con ciencia y arte no común»[33]Gaceta de Tenerife, 1 de julio de 1936, p. 4..

Pero, el mismo día que estaba previsto un homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer en el Círculo de Bellas Artes, en el que iba a participar como concertista, todo cambió para nuestro brillante músico. No tenía un perfil político importante, puesto que sus actividades musicales eran ensalzadas tanto por la prensa de las derechas como de las izquierdas, pero sí era un firme partidario de la República. Ese sábado, en la tarde del 18 de julio, acudió a la Plaza de la Constitución para defender las instituciones democráticas, como muchos otros, lo que terminó convirtiéndose en una refriega armada entre guardias de asalto y fuerzas del ejército y falangistas que ocasionó dos muertos y numerosos heridos.  Al parecer, y si hacemos caso a la acusación del fiscal, desde el café «La Peña», a través de la ventana, aplaudió al gobernador civil y a otros que desde el balcón saludaban a los cientos de defensores de la legalidad. Eso solo le valió para ser detenido y procesado en la Causa 50/1936, que implicó a unos 30 republicanos por la defensa del Gobierno Civil de Santa Cruz de Tenerife. La sentencia de dicho consejo de guerra, fechada el 8 de octubre de 1936, condenaba a muerte al gobernador civil Vázquez Moro y a otros tres más. Mañero sería condenado a 8 años de reclusión mayor por excitación a la rebelión[34]El desarrollo del consejo de guerra de la causa 50/1936 contra los elementos civiles que se opusieron al golpe militar en la plaza de la Constitución en Santa Cruz de Tenerife denota las ansias vengativas de los mandos militares. Estos, no … Seguir leyendo.

El violonchelista sería trasladado a Las Palmas para cumplir la condena, en lo que era una práctica habitual para alejar a los presos de sus lugares de residencia y evitar, en lo posible, el trasiego continuo de los familiares hacia los centros de internamiento. Por eso da con sus huesos en el campo de concentración de Gando. Rodríguez Doreste destaca su reacción ante la llegada de su violonchelo, más de tres años después de haberlo tocado por última vez:

La emoción de Mañero, que transparecía en su palidez, en el sudor que perlaba su frente, en el apenas perceptible temblor de sus manos, se transmitió y ganó a todos los presentes… Con la respiración contenida, puso el instrumento entre sus piernas, tomó el arco… Lo afinó rápidamente, nos miró a todos, sorprendido de nuestra tensa reacción… El arco, ya seguro, ya milagrosamente sereno, hizo vibrar las primeras notas[35]Rodríguez Doreste, 1978: 164..

A partir de ahí, las misas muy católicas iban a ser amenizadas por unos republicanos muy laicos. Los conciertos ejecutados por Mañero, Rafael Gómez, Francisco Méndez y Ricardo Peso, acompañados de otros músicos, proliferaron en el Campo y con toda seguridad pudieron hacer olvidar las desgracias de cada uno, por lo menos mientras duraran las piezas. 

Sobre el campo de concentración de Fyffes hay poca información sobra la música que pudieron tener los presos. Sabemos de esa murga macabra que ensayaba muy cerca de los condenados a muerte, y es lógico pensar que se formaran grupos que ejecutaran piezas musicales e hicieran conciertos.

Casi al mismo tiempo del florecimiento de la actividad musical, el campo de concentración de Gando será el lugar donde la pintura alcanzará un gran nivel. Si hacemos caso a Rodríguez Doreste, el Cuarto o Academia de Pintores se pudo realizar gracias a la sugerencia que le hizo al jefe del Penal a mediados de 1939[36]Sería un buen estudio histórico someter a un análisis crítico profundo las Memorias de Juan Rodríguez Doreste sobre su estancia en los campos de concentración de La Isleta y Gando. Su valor histórico es innegable, pero su inmoderada tendencia … Seguir leyendo. La aprobación inicial hizo que se habilitara una habitación en la que se alojaron ocho pintores, o supuestos pintores, porque muchos de ellos no pasaban de ser simples aficionados y hasta había quien carecía por completo de esa habilidad, como el propio Rodríguez Doreste. La inauguración de este espacio quizá formara parte de la misma estrategia que las autoridades militares del Penal siguieron con los abogados, que era la de aislar en lo posible a unos presos de otros, evitando esa confraternización que tantos lazos había consolidado.

Los ocho «pintores» elegidos para el Cuarto fueron Felo Monzón, José Serra, Jeremías García, Agustín García, Nicolás Díaz-Saavedra, Francisco Hinestrosa, Gonzalo Carrillo y Rodríguez Doreste. El Cuarto estaba situado en el promontorio que estaba situado enfrente justo de la entrada y el cuerpo de guardia del campo. Destacaremos la historia de tres de ellos: Felo Monzón, Agustín García y Nicolás Díaz-Saavedra.

El pintor Rafael Monzón Grau-Bassas era de los pocos profesionales plásticos de todos los presentes en el Penal.  Su labor pictórica en Gando fue ingente, sobre todo en el campo del dibujo. Hizo numerosos retratos a pluma, pero también estampas en acuarela en las que representaba «bellas y ondulantes negritas», al decir de Rodríguez Doreste, aparte de pinturas en madera e incluso artefactos semiescultóricos, en los que aprovechaba el escaso material disponible. Se había iniciado en la actividad artística de la mano de la Escuela Luján Pérez. En 1929 se implica en la actividad política ingresando en el PSOE y en los años republicanos su compromiso se incrementa llegando a ser directivo del partido, vicepresidente de las Juventudes Socialistas, bibliotecario de la Agrupación Socialista de Las Palmas, participante en mítines electorales, apoderado del Frente Popular en las elecciones de 1936, miembro del Socorro Rojo Internacional y presidente del Frente Único Revolucionario. Por todo ello fue detenido en los inicios del golpe, a los 26 años, entre otros motivos por figurar entre los resistentes del gobierno civil de Las Palmas. Mucha de su obra, la más social, fue destruida a raíz de los registros en su casa. Inicialmente es confinado en el campo de concentración de La Isleta de donde sale a la prisión de Fyffes en Tenerife el 23 de septiembre de 1936, permaneciendo allí hasta el consejo de guerra de la causa 130/1936 celebrado en Las Palmas, en el que se le juzga por rebelión y de la que es absuelto. Sin embargo, otra causa, la 41/1937, le juzgó, junto con otros seis republicanos, entre los que figura Álvarez Astorga, Juan Rodríguez Doreste y Bernardino Afonso entre otros, por participar en mítines y actos a favor del Frente Popular, aplicando la barbaridad jurídica de la retroactividad de las leyes. Felo Monzón fue condenado a 12 años de prisión.  Aparte de la actividad artística de Felo en Fyffes entre 1936 y 1938, cumplió condena en el campo de concentración de Gando entre 1938 y 1940[37]LIBRO de altas y bajas de los campos de concentración de La Isleta y Gando, en Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (AHPLP) y documentación del TRRP, rollo 95, en el mismo archivo..

Con posterioridad, y en virtud de la Ley de Responsabilidades Políticas de 1939, todos los que fueron considerados culpables de que los «caballeros» militares se vieran obligados a dar el golpe militar tuvieron que sufrir otro calvario judicial, esta vez civil, en el que tenían que pagar sus supuestas culpas con su patrimonio, en el caso de que fueran considerados solventes económicos. De ahí que nuestro pintor tuviera que afrontar un nuevo procedimiento judicial a partir del 29 de agosto de 1939[38]. En su declaración jurada al instructor de la causa le escribe el 6 de septiembre que «tiene en propiedad una inmensa colección de dibujos seleccionados para una exposición depositada en la Escuela Luján Pérez. Dicha colección se encuentra todavía sin valorar». Luego pide que «sean pericialmente justipreciados los aludidos dibujo, quedando su importe de venta (…) sujeto a las responsabilidades económicas que en mi contra puedan decidirse…». Ante esta petición el instructor dirige sus investigaciones a la Escuela, en concreto interroga a su director, el escultor Eduardo Gregorio. Sus declaraciones, el 28 de junio de 1940, no tienen desperdicio. Entresacamos algunos párrafos:

No existe ningún dibujo del inculpado, pues los que había se los llevaron con ocasión de un registro (…) no tenían gran valor por (ser) simples bocetos. (Felo Monzón) no tenía la categoría de Pintor que permitiese valorar sus cuadros y valorarlos (…). Que aparte de los cinco o seis bocetos que existían en la Escuela…hay algunos otros dibujos que figuran en propiedades particulares desde hace mucho tiempo (…) hacia el año 1930 en que hubo una exposición.

No hay que ser excesivamente perspicaz para interpretar estas declaraciones del escultor. Por un lado, intenta minimizar el valor de las pinturas de Felo Monzón precisamente para evitar su inmovilización con vistas a un posible embargo, de ahí que afirme que no es pintor, aunque luego se contradiga al decir que algunas de sus obras están en colecciones particulares. No hay otro motivo de Eduardo Gregorio que el de proteger a su amigo. Por otro lado, una valoración al alza de las obras conllevaría un incremento de la posible multa que se le impusiera, ya que esta estaba en función de la riqueza que poseyera el expedientado.  

Nicolás Díaz-Saavedra Navarro había nacido el 21 de octubre de 1901, de profesión abogado y tuvo una intensa actividad política:  presidente del Partido Republicano Federal de Las Palmas entre 1933 y 1936 y presidente del Frente Popular hasta la crisis en el Ayuntamiento de Telde, ocasionada por la huelga agrícola de 29 de mayo de 1936. Fue gobernador civil interino entre febrero y marzo de 1936, miembro de la masonería, en la logia Andamana, con el seudónimo de Omega. Había sido alcalde de Las Palmas y gobernador civil interino de la provincia en la época republicana inicial. Fue procesado por la resistencia del gobierno civil de Las Palmas y condenado a la pena de 14 años de reclusión.  En su juventud había sido pintor retratista, pero su carrera de Derecho había apagado su faceta artística, faceta que retomó en el Penal[38]En AHPLP, TRRP, rollo 348/1939..

Agustín García Estévez fue otro de los pintores que se ganaban la vida con la actividad artística. En su ficha policial le atribuían ser «pintor artístico». En 1939 tenía 47 años[39]Los informes sobre Agustín García difieren en cuanto a su edad. Unos le dan 40 años y otros 47 en 1939, pero en el auto del Tribunal de Responsabilidades Políticas dice que tiene 51 años en 1943., estaba casado y tenía tres hijos. Vivía en Las Palmas, en el barrio de Arenales, donde daba clases (según la policía en 1940, era «profesor clandestino»). Fue masón de las dos logias en Las Palmas, Andamana y Acacia, y su ideología política la expresa muy bien Rodríguez Doreste (1978: 168) al decir que era un viejo y soñador anarquista teórico. Como Felo Mónzón, fue procesado en la causa 41/1937 que castigaba a todos aquellos que habían «incubado» la situación en la que los militares dieron el golpe militar. Era un castigo retroactivo por actividades que durante la República habían sido legales, como mítines y manifestaciones verbales, pero muy útil a los que habían acabado con la experiencia republicana porque transfería su culpa de origen a sus propias víctimas. García Estévez fue acusado de ideología extremista y orador en mítines. A lo largo de 1936 había participado en actos el 5 de abril en el Cinema Goya y el 12 de abril en el Teatro Circo del Puerto de La Luz, en donde –según la policía– había propugnado «los postulados de la acción directa y principios de la Confederación Nacional del Trabajo, e hizo apología de la revolución de Asturias abogando por la implantación del comunismo libertario». Por todo ello fue condenado a 9 años de prisión por excitación a la rebelión. Todo un ejemplo de lo que se llamó «justicia al revés»[40]Ver TRRP, rollo 95, en Archivo Histórico Provincial de Las Palmas.. Al decir de Rodríguez Doreste, «pintaba unos cromos coloreados, unos retratos relamiditos, unos bocetos decorativos que…tenían acento escolástico»[41]Rodríguez Doreste, 1978: 168..

Aparte de toda esta incesante actividad musical y pictórica, en Gando y Fyffes proliferaron las revistas y antologías literarias. Aparte de Musas cautivas, que es la única recopilación de poemas y dibujos que nos ha llegado intacta, hay múltiples referencias a otras que lamentablemente se han perdido, con casi total seguridad víctimas de los numerosos registros que los guardianes realizaban en los campos de concentración y donde se incautaban y destruían numerosas manifestaciones literarias y artísticas. Existe una referencia en las memorias de Francisco García acerca de Eduardo Molina, secretario judicial de un municipio de La Gomera, que «era medio literato y medio poeta», quien llevaba la sección poética de una «revista de circunstancia» en los almacenes Fyffes[42]García, s.f.: 32-34bis..

Pero en el campo de concentración de Fyffes, una de las manifestaciones culturales más destacadas era su Academia, vinculada a un joven abogado, Jacinto Alzola, intelectual de izquierdas y miembro fundador del Partido Comunista canario a finales de los años 20. El 11 de agosto de 1936 había sido enviado al campo de concentración de La Isleta procedente del interior de la isla, junto con decenas de presos. Dos días después es trasladado a la prisión provincial de Las Palmas. Luego vuelve a La Isleta y más tarde, el 27 de agosto de 1937, al campo de concentración de Fyffes. Años más tarde, ya liberado, establecería su residencia en Tenerife y llegaría a ser profesor de la Universidad de La Laguna.

La llamada «Academia de Alzola» consistía  en un grupo selecto de presos, que eran seleccionados por dos vías: la primera implicaba a los que tenían carreras y títulos, quienes tenían que desarrollar el significado de tres vocablos, seleccionados por los examinadores y desconocidos por el ponente; la segunda vía incluía a los que no tenían un título académico y eran trabajadores manuales: se les exigía desarrollar el tema de su profesión aportando aspectos novedosos que pudieran mejorar el oficio. Estas escenas cotidianas se desarrollaban en el salón «Guano» y transcurría por las tardes, desde las cinco hasta la hora del rancho nocturno. Los que superaban el examen se sentaban en unos jergones enrollados que hacían las veces de sofás e pasaban a integrar el selecto Olimpo de la Academia. Los curiosos espectadores, en gran cantidad, se situaban detrás de los mismos, constituyendo un espectáculo que ayudaba a los prisioneros a sobrellevar su infortunio[43]Junco, s./f.: 318-320; y LIBRO diario de altas y bajas del Campo de Concentración de La Isleta y Gando entre 1936 y 1937..

Conclusiones

Esta aportación puede considerarse una continuación al trabajo realizado por el que les firma en el 2007, ya suficientemente citado al inicio del presente estudio. Si en aquella ocasión indagamos sobre diferentes aspectos culturales que se manifestaron en los centros de internamiento en Canarias, así como aportar datos biográficos sobre los diferentes autores de la Antología de Musas cautivas, en esta ocasión hemos intentado hacer un análisis cronológico, identificando y caracterizando las diferentes etapas que vivieron los presos en sus lugares de internamiento. Pero no solo eso, hemos completado la trayectoria personal, profesional y represiva de muchos de los artistas y literatos, profesionales o aficionados, a la luz de la consulta de nuevos archivos, sobre todo el valiosísimo cuerpo documental procedente del Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Canarias, depositado en el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas.

Esta es una historia de sufrimiento, heridas y muerte, pero también de resistencia, supervivencia y recuperación de la dignidad personal. A través de las diferentes páginas de este trabajo hemos visto la evolución de los presos, su terror inicial ante los que estaban viendo y sufriendo y, también su regeneración moral, mediante la solidaridad y la empatía ante el sufrimiento de los demás. Los victimarios cumplieron sus planes liberticidas a corto y medio plazo, y hasta impusieron su relato de manera coyuntural, pero lo que nos enseñan estas páginas es que no pudieron acabar con la resistencia frente a la opresión.

NOTAS

NOTAS
1 VV. AA. 2007.
2 Millares Cantero, 2007: 33-77.
3 Este apartado ha sido elaborado a partir de una comunicación, titulada «Los campos de concentración en Canarias», elaborada por Salvador González Vázquez y Sergio Millares Cantero, y presentada al Congreso Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la guerra civil y el franquismo.
4 La bibliografía al respecto es innumerable, pero citaremos dos libros imprescindibles para comprender este fenómeno. Levi, 2018, y Shalámov, 2009-2010.
5 La mayor parte de la información de estos apartados se debe a los testimonios escritos siguientes: Jurenito, 1977; García, s./f.; Junco Toral, s.f.; y Rodríguez Doreste 1978.
6 Millares Cantero, 2007: 37-41.
7 Rodríguez Doreste, 1978: 28).
8 Jurenito, 1977: 173).
9 García, s.f.: 49-50.
10 García, s.f.: 57.
11 Jurenito, 1977: 173.
12 García, s.f.: 41-42; y Jurenito, 1977: 153-154.
13 Junco, s./f.: 162-165.
14 González Vázquez y Millares Cantero, 2002: 40.
15 García, s./f.: 139-140.
16 Millares Cantero, 2007.
17 Para ello ver las dos entregas redactadas por el que firma tituladas «Hundidos y Salvados», en La Provincia y El Día, 15 de mayo de 2021, pp. 74-75 y La Provincia y El Día, 16 de mayo de 2021, p. 87, en el que polemiza con el libro de Juan Manuel García-Ramos, El delator. Este autor sugiere la posibilidad, sin prueba que lo avale, de que López Torres fuera delatado por su amigo e intelectual Domingo Pérez Minik. En artículo posterior García-Ramos aclaró sorprendentemente que era una ficción, pero ese género soporta mal la utilización de nombres y hechos reales a no ser que estemos hablando de un nuevo hallazgo literario, el de la ficción absolutamente real, pero la Historia casa mal con este tipo de experimentos.
18 López Torres, 1981.
19 Junco Toral, s./f.: 320.
20 Peralta, 2015: 32-39. 
21 Junco Toral, s.f.
22 Millares Cantero, 2004: 49-50.
23 Rodríguez Doreste, 1978: 115-116.
24 Millares Cantero, 2004: 52-53.
25 Junco Toral, s./f.: 305.
26 Rial Vázquez, 2007: 21-22.
27 Rial González, 1978: 108-114.
28 El antiguo almacén de plátanos de la compañía Fyffes estaba dividido en tres naves, y al transformarse en prisión cada una de ellas adoptó un nombre, el de Caballería porque los presos que la poblaron provenían de dicha prisión militar, la Flotante por los prisioneros originarios de los barcos-prisión fondeados en el puerto de Santa Cruz de Tenerife y Guano por ser allí donde se almacenaba dicho fertilizante.
29 Junco, s./f.: 320-322.
30 Rodríguez Doreste, 1978: 189.
31 Los datos de una gran parte de este apartado, dedicado a la música, está entresacado del capítulo «Redescubrimos la música», Rodríguez Doreste, 1978: 163-166.
32 El Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas (TRRP) de Canarias les abrió a los tres músicos un expediente el 14 de septiembre de 1939, en el rollo 185/1939, Expediente 75 del Juzgado Instructor de Las Palmas, en Archivo Histórico Provincial de Las Palmas. Toda la información sobre ellos se encuentra en este expediente.
33 Gaceta de Tenerife, 1 de julio de 1936, p. 4.
34 El desarrollo del consejo de guerra de la causa 50/1936 contra los elementos civiles que se opusieron al golpe militar en la plaza de la Constitución en Santa Cruz de Tenerife denota las ansias vengativas de los mandos militares. Estos, no contentos con la sentencia primera al considerarla benigna porque solo condenaba a muerte al gobernador civil republicano y a su secretario, anulan el juicio y ordenan la celebración de un segundo en el que, naturalmente, condenaron a muerte a cuatro personas y endurecieron casi todas las penas. Mañero pasaría de ser condenado a seis años en la primera sentencia a ocho años en la segunda.
En https://pedromedinasanabria.wordpress.com/, años 2011 (septiembre), 2012 (septiembre y diciembre) y 2013 (enero y octubre).
35 Rodríguez Doreste, 1978: 164.
36 Sería un buen estudio histórico someter a un análisis crítico profundo las Memorias de Juan Rodríguez Doreste sobre su estancia en los campos de concentración de La Isleta y Gando. Su valor histórico es innegable, pero su inmoderada tendencia a atribuirse méritos exige la restitución de los hechos y los factores que influyen y condicionan los mismos. Muchos de sus compañeros del Penal le atribuyeron un cierto «colaboracionismo», acusación fortalecida por el artículo que escribió en el órgano Redención, revista sobre los presos en toda España, en el que ensalza el trabajo de los reclusos para conseguir la redención de dos días de la pena mediante el trabajo de un día.
37 LIBRO de altas y bajas de los campos de concentración de La Isleta y Gando, en Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (AHPLP) y documentación del TRRP, rollo 95, en el mismo archivo.
38 En AHPLP, TRRP, rollo 348/1939.
39 Los informes sobre Agustín García difieren en cuanto a su edad. Unos le dan 40 años y otros 47 en 1939, pero en el auto del Tribunal de Responsabilidades Políticas dice que tiene 51 años en 1943.
40 Ver TRRP, rollo 95, en Archivo Histórico Provincial de Las Palmas.
41 Rodríguez Doreste, 1978: 168.
42 García, s.f.: 32-34bis.
43 Junco, s./f.: 318-320; y LIBRO diario de altas y bajas del Campo de Concentración de La Isleta y Gando entre 1936 y 1937.

Bibliografía

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Archivos

Archivo Histórico Provincial de Las Palmas (AHPLP): documentación del Tribunal de Responsabilidades Políticas (TRRP).

Archivo digital: https://pedromedinasanabria.wordpress.com/, años 2011 (septiembre), 2012 (septiembre y diciembre) y 2013 (enero y octubre).